La lección de México
Publicado en la ed. impresa: OpiniónViernes 22 de setiembre de 2006
Editorial I
Existe la falsa idea de que se puede manipular todo por medio de las imágenes y de las palabras potenciadas por los medios de comunicación masiva. Es una idea que ha prendido, más acentuadamente que en el pasado, en la generación de políticos izquierdistas que pretenden, en esta apertura de siglo, tomar a América latina como escenario de extrañas utopías. Andrés Manuel López Obrador es uno de los políticos que más han confiado en la metodología mediática. No hay en ella nada de nuevo. Ni siquiera el carácter de prueba de que una vez más los extremos se tocan. Goebbels, el siniestro artífice de la propaganda nazi, también suponía lo mismo. Con repetir mil veces una mentira, ésta devendría en verdad para el consumo masivo de los ciudadanos y del extranjero. Se sabe cómo terminó Goebbels. Se presiente cómo terminarán quienes se aferren a tamañas falacias en este otro siglo. López Obrador ha convulsionado a México durante semanas. Introdujo elementos fatales de alteración de la paz social, de rebeldía frente a la ley y a las instituciones, y aún hoy, con una mengua de hidalguía que lo desnuda de cuerpo entero, se niega a reconocer el triunfo del candidato del Partido Autonomista Nacional, Felipe Calderón. México no había sido el mejor ejemplo de republicanismo en aquel siglo XX en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se mantuvo veinte años en el poder. El PRI constituyó una de las más osadas mistificaciones de la democracia en América latina, a pesar de los crímenes, de la corrupción rampante que caracterizó a muchos de sus gobiernos y al clientelismo político con el que se mantuvo a flote hasta el hundimiento final, hace seis años. En 2000 se cerró el ciclo del PRI y el PAN lo sucedió, de la mano del presidente Vicente Fox, pronto a terminar su período. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) y la alianza de agrupaciones que se presentaron en las elecciones recientes llegaron al final de la campaña con la suposición, fundada en encuestas, de que López Obrador, el ex alcalde del Distrito Federal, vencería al candidato del PAN. No era para menos, después de haber estado en algún momento de esa campaña con 18 puntos de ventaja. Dos de las instituciones más respetadas de México dictaminaron, sin embargo, en favor de Felipe Calderón. Primero lo hizo el Instituto Federal Electoral, que difundió las cifras oficiales con el triunfo del candidato del PAN. Luego, el Tribunal Electoral del Poder Judicial desestimó las exigencias de López Obrador de realizar un nuevo recuento total de los votos emitidos, sobre la base de que no había pruebas suficientes de fraude. Los observadores internacionales coincidieron con esta opinión. De una situación de prueba como la que López Obrador ha puesto a México sólo se podía salir adelante, en una primera instancia, con instituciones del sólido prestigio con que se reconoce a las dos mencionadas. Para quienes no asignan la debida importancia a la que en todo momento debería ser acreedora la calidad institucional de un país, México acaba de transmitir una sabia lección en esta encrucijada. Hay ahora algo más, y no menos importante, como derivación de aquellos significativos pronunciamientos institucionales. Ha comenzado a resquebrajarse el frente político de López Obrador como consecuencia de la tensión a la que ha procurado someter a sus aliados y opositores. Aparecen fisuras e interrogantes incómodos entre políticos, intelectuales y la prensa internacional que por momentos pareció otorgar ecos de credibilidad a la argumentación, vehemente y callejera, de un candidato que mantuvo bloqueada durante semanas a la capital del país sin medir otras consecuencias que la del interés propio, respecto de lo cual no ha demostrado tampoco ser el mejor abogado. Por empezar, Cuauhtémoc Cárdenas, fundador del PRD, se ha explayado públicamente sobre la conducta de su antiguo correligionario. "Me preocupa profundamente -dice- la intolerancia y demonización, la actitud dogmática que prevalece alrededor de Andrés Manuel para aquellos de nosotros que no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista y decisiones". Dos gobernadores del partido de Andrés Manuel López Obrador han reconocido ya la victoria de Calderón. Y el gran escritor Carlos Fuentes, a quien en modo alguno se podría haber señalado durante la campaña electoral por prejuicios críticos respecto del candidato derrotado, ha dicho que le llama la atención la actitud de éste de haber impugnado las elecciones presidenciales y no las de legisladores federales. Fuentes se preguntó si había fraude en un caso y no en el otro, y se contestó, sin esperar otras respuestas: "No lo creo". Ha llegado el momento de que las fuerzas principales de la política mexicana y los hombres actuantes en el primer plano de su vida pública cierren filas en defensa de la gobernabilidad del país, cuyo próximo turno comenzará el primero de diciembre. Ha llegado el momento de que las diferencias se diriman dentro de las instituciones y con sujeción a la ley. Ha llegado el momento de que México comience a prepararse para un nuevo período de paz, libertad y prosperidad y aproveche, por razones muy circunstanciales, la coincidencia de que por segunda vez en el año -primero fue en Perú- la intromisión del régimen venezolano en otros países del continente haya concluido en estrepitoso fracaso. La tendencia reflejada en las encuestas a favor de López Obrador parecería haberse dado vuelta a medida que se acrecentaba en descaro la ingerencia del señor Hugo Chávez. Link corto: http://www.lanacion.com.ar/842514
23 septiembre 2006
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