por Armando Vega-Gil | permanencia@eme-equis.com.mx
Michael Moore es un chingón.
Su sentido del humor y el tino para fastidiar hasta el salpullido a los poderosos de EU, el rigor narrativo y envolvente de sus películas o el tránsito de la pasividad a la observación participante —cuando lo que pondera el documental tradicional es la objetividad, la no interferencia del realizador en los eventos registrados por la cámara— lo han vuelto una pieza clave para el docu contemporáneo.
En Sicko —que se traduciría como “pinche enfermo”—, Moore toca un punto álgido en la vida de la borregada yanqui: la salud pública. En gabacholandia la medicina es uno de los negocios más engordadores, salvajes e injustos del planeta —aparte de su pútrida guerra—. Los gastos médicos son tan desmesurados que por fuerza uno debe contratar un seguro de gastos médicos y, aun así, desembolsar fuertes sumas, manteniendo con ello a la población endeudada de por vida: algo muy americano y patriota. Una visita al dentista te puede salir en 600 dólares, incluso con seguro, el cual cubre el 40 por ciento restante de los honorarios del sacamuelas. ¿Qué será entonces de los 50 millones de gabachos e ilegales que no tienen un seguro pagado por ellos mismos? Si no tienes para pagar, aunque estés muriéndote, con las heridas abiertas, te echan a la calle: esa es la solidaridad brutal de la medicina capitalista.
La enfermedad y los créditos impagables tienen a la masa gringa desconcentrada, deprimida. Un entrevistado de Moore dice que un pueblo afligido, asustado y mantenido en la ignorancia, es un hormiguero que jamás se sublevará, y es que, asegura, existen dos opciones en la relación gobierno-ciudadanos: un Estado que teme a sus gobernados, y unos gobernados que temen a su Estado. En Francia o Inglaterra la medicina se ha socializado porque de lo contrario la gente saldría a la calle, como lo hace constantemente, para exigir sus derechos, uno de ellos la medicina universal. Pero el negocio de la medicina cerró sus garras en EU desde la era de Richard Nixon, la volvió una mina de oro para las aseguradoras y las compañías farmacéuticas.
El colmo es la demagogia republicana: apenas las Torres Gemelas se derrumbaran, el Estado y sus lacayos —incluido U2, me apena decirlo— celebraban a sus bomberos y rescatistas que, poniendo en riesgo su pellejo, se lanzaron a los escombros a sacar cadáveres y tratar de encontrar sobrevivientes; pero con el paso de los años, América ha arrumbado en el olvido y la inhumanidad a sus héroes.
Así que Moore, al enterarse de que en Guantánamo se da un servicio médico minucioso y de altísimo nivel a los presos del Al Qaeda —los enemigos de sus héroes—, y encima gratis, lleva en unos yatecitos a varios de estos bomberos a los que la medicina gringa ha condenado a muerte. Sí: uno de ellos, una mujer bombera, con los pulmones quemados. Pero en la estación militar están a punto de apresarlos, así que se refugian en La Habana, donde se les da servicio médico gratis, con los tratamientos, equipos y apapachos más avanzados. Un país enemigo, atrasado, golpeado por el bloqueo económico de George Bush, abraza a los rescatistas norteamericanos y les coloca una medalla al valor. Para vergüenza gringa, en Cuba hay una taza de mortandad infantil menor que en EU y las perspectivas de vida son más largas. En fin, una vergüenza, y Moore pone esto y más al descubierto. Sicko es, pues, una denuncia tenaz, un llamado a la insurrección que usa al humor y la ternura como un arma con flores en el cañón. No, el “pinche enfermo”, el sicko, no es el paciente sino el Estado gringo. Y sí, Michael Moore es un chingón.
Su sentido del humor y el tino para fastidiar hasta el salpullido a los poderosos de EU, el rigor narrativo y envolvente de sus películas o el tránsito de la pasividad a la observación participante —cuando lo que pondera el documental tradicional es la objetividad, la no interferencia del realizador en los eventos registrados por la cámara— lo han vuelto una pieza clave para el docu contemporáneo.
En Sicko —que se traduciría como “pinche enfermo”—, Moore toca un punto álgido en la vida de la borregada yanqui: la salud pública. En gabacholandia la medicina es uno de los negocios más engordadores, salvajes e injustos del planeta —aparte de su pútrida guerra—. Los gastos médicos son tan desmesurados que por fuerza uno debe contratar un seguro de gastos médicos y, aun así, desembolsar fuertes sumas, manteniendo con ello a la población endeudada de por vida: algo muy americano y patriota. Una visita al dentista te puede salir en 600 dólares, incluso con seguro, el cual cubre el 40 por ciento restante de los honorarios del sacamuelas. ¿Qué será entonces de los 50 millones de gabachos e ilegales que no tienen un seguro pagado por ellos mismos? Si no tienes para pagar, aunque estés muriéndote, con las heridas abiertas, te echan a la calle: esa es la solidaridad brutal de la medicina capitalista.
La enfermedad y los créditos impagables tienen a la masa gringa desconcentrada, deprimida. Un entrevistado de Moore dice que un pueblo afligido, asustado y mantenido en la ignorancia, es un hormiguero que jamás se sublevará, y es que, asegura, existen dos opciones en la relación gobierno-ciudadanos: un Estado que teme a sus gobernados, y unos gobernados que temen a su Estado. En Francia o Inglaterra la medicina se ha socializado porque de lo contrario la gente saldría a la calle, como lo hace constantemente, para exigir sus derechos, uno de ellos la medicina universal. Pero el negocio de la medicina cerró sus garras en EU desde la era de Richard Nixon, la volvió una mina de oro para las aseguradoras y las compañías farmacéuticas.
El colmo es la demagogia republicana: apenas las Torres Gemelas se derrumbaran, el Estado y sus lacayos —incluido U2, me apena decirlo— celebraban a sus bomberos y rescatistas que, poniendo en riesgo su pellejo, se lanzaron a los escombros a sacar cadáveres y tratar de encontrar sobrevivientes; pero con el paso de los años, América ha arrumbado en el olvido y la inhumanidad a sus héroes.
Así que Moore, al enterarse de que en Guantánamo se da un servicio médico minucioso y de altísimo nivel a los presos del Al Qaeda —los enemigos de sus héroes—, y encima gratis, lleva en unos yatecitos a varios de estos bomberos a los que la medicina gringa ha condenado a muerte. Sí: uno de ellos, una mujer bombera, con los pulmones quemados. Pero en la estación militar están a punto de apresarlos, así que se refugian en La Habana, donde se les da servicio médico gratis, con los tratamientos, equipos y apapachos más avanzados. Un país enemigo, atrasado, golpeado por el bloqueo económico de George Bush, abraza a los rescatistas norteamericanos y les coloca una medalla al valor. Para vergüenza gringa, en Cuba hay una taza de mortandad infantil menor que en EU y las perspectivas de vida son más largas. En fin, una vergüenza, y Moore pone esto y más al descubierto. Sicko es, pues, una denuncia tenaz, un llamado a la insurrección que usa al humor y la ternura como un arma con flores en el cañón. No, el “pinche enfermo”, el sicko, no es el paciente sino el Estado gringo. Y sí, Michael Moore es un chingón.
* Músico, cineasta y escritor. Es fundador del grupo de rock Botellita de Jerez y como cineasta ha dirigido, entre otros, el corto Fuera de cuadro, con Roberto Sosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario