Viraje oficial sobre el condón Por: Ignacio Solares
El gobierno de Calderón empieza a mostrar los dientes: disfrazarse de militar y echar marcha atrás en la campaña de los anticonceptivos. El capitalismo salvaje –ese Tarzán de las espesuras bancarias– no puede encontrar socios más propicios y adecuados a su ideología que el Ejército y la Iglesia católica. Garrote y hostias (que curiosamente son sinónimos en el habla popular de los españoles). Cada vez parece más evidente que el asentamiento hegemónico de la derecha –impulsado por su descarada protección al capital y su desdén hacia lo “otro”, lo “extraño”, lo “diferente”– está por fin consolidando su vieja ambición de recluir al país en un marco de miedo y represión. Si te portas mal, te pego. Si usas un condón, te condenas.
El secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos –en una nota del pasado jueves 11 en Excélsior–, criticó las campañas de promoción del condón que se difundieron durante el gobierno foxista, “al considerar que, más que prevenir, promovían prácticas de mayor riesgo”. Como si el mayor riesgo no fuera, precisamente, no usar el condón.
También dijo que era en los padres en quienes debería recaer la responsabilidad sobre la educación sexual de los hijos. Como si una educación sexual responsable no implicara necesariamente el uso del condón en relaciones de riesgo. ¡Santo Dios, en plenos tiempos del sida!
Pero, en relación al tema, los informes de la propia Secretaría de Salud en años pasados fueron reveladores. Sitios en el sur de nuestro país con un crecimiento demográfico de 7% anual en donde las campañas de planificación familiar son demolidas por la influencia y la actitud implacable de algún sacerdote local contra los anticonceptivos. Sermones dominicales en que se recrean con lujo de detalle las altas lenguas de fuego y el chirriar de dientes del infierno de los cogelones que usan anticonceptivos. Mujeres con nueve hijos, muy enfermas, obligadas a tener el décimo, aunque les cueste la vida (a ellas y tal vez a su hijo), porque su esposo tenía determinantemente prohibido por el curita del lugar usar un condón.
Suponemos que, ahora, a esa campaña de la Iglesia se sumará la del propio Córdova Villalobos, en su papel de “cardenal alterno” (Monsiváis dixit), haciendo responsables a los padres de lo que pueda suceder en la familia por las prácticas sexuales sin algún tipo de protección. Así, podría decir Córdova Villalobos a alguno de sus fieles:
–Aunque llegue borracho por las noches al cuartucho insalubre en que vive usted con su familia, sea responsable, hombre, no se coja a su mujer porque lo oyen sus hijos. Pero si no se aguanta y lo hace, por favor no use condón porque es pecado. Incluso si va con una prostituta, sea responsable, más vale que le peguen el sida pero que salve su alma.
En su declaración, Córdova Villalobos va aún más lejos, y “en especial criticó aquellas campañas que pretendían eliminar la homofobia”.
En un rapto de inspiración, agregó el secretario de Salud:
“Dentro de las campañas de no discriminación, había algunas que parecían más promover el homosexualismo que evitar la discriminación a los homosexuales, y dices, bueno, ¿quién hizo estos spots? ¿Se trata de no discriminar o se trata de promover algo?”
Dios los hace y ellos coinciden en sus declaraciones.
“Un documento de 12 páginas redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobado por Juan Pablo II pide utilizar todos los medios posibles para evitar la aprobación de leyes que reconozcan las uniones entre personas del mismo sexo”. (Proceso1397.) El objetivo del texto era “iluminar (sic) a los políticos católicos y darles líneas de conducta coherentes con la conciencia cristiana”.
Muy coherentes. Por eso George W. Bush no podía quedarse atrás y en agosto del 2004 declaró: “El matrimonio es una institución sagrada entre un hombre y una mujer, y no transigiré en la cuestión del matrimonio entre homosexuales”.
Las piezas se juntan para formar un bonito rompecabezas. Homofobia, apoyo incondicional al Ejército y a su símbolo protector, y una afanada defensa de la vida aún no nacida, más que la protección de la vida ya existente.
¿Adónde se quiere llegar?
Tal vez tenga razón Mario Benedetti cuando señala, en medio de su fundado escepticismo, que la única posibilidad de cambio verdadero en nuestras sociedades está hoy en los jóvenes. Serán ellos los primeros en indignarse y reírse de los Córdova Villalobos y tomarán sus propias decisiones responsables. Pero no será una empresa sencilla. Les estamos asesinando el futuro, preparándoles un mundo inhóspito y minado, marcado por un egoísmo desatado y suicida. “Los jóvenes son conscientes sin remedio de la inmoralidad y la hipocresía que los rodea, y por ello se vuelven un peligro latente para algunos de nuestros gobiernos”, agrega Benedetti. De ahí, suponemos, que se construya alrededor de ellos un muro de ruido, de violencia, de alucinaciones, de pobre imaginería. De ahí que se haga lo posible y lo imposible por acallarlos, por enclaustrarlos en el vacío. De ahí que no se encuentren en este mundo como en su hogar, sino como en casa ajena.
Ojalá que, pese a todo y a todos, nuestros jóvenes sepan rescatar su fresca identidad, y que aun en medio de tanto fogonazo y tanto estruendo, sepan escuchar los latidos de su propio corazón. Y, claro, también los del corazón del prójimo. ?
El gobierno de Calderón empieza a mostrar los dientes: disfrazarse de militar y echar marcha atrás en la campaña de los anticonceptivos. El capitalismo salvaje –ese Tarzán de las espesuras bancarias– no puede encontrar socios más propicios y adecuados a su ideología que el Ejército y la Iglesia católica. Garrote y hostias (que curiosamente son sinónimos en el habla popular de los españoles). Cada vez parece más evidente que el asentamiento hegemónico de la derecha –impulsado por su descarada protección al capital y su desdén hacia lo “otro”, lo “extraño”, lo “diferente”– está por fin consolidando su vieja ambición de recluir al país en un marco de miedo y represión. Si te portas mal, te pego. Si usas un condón, te condenas.
El secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos –en una nota del pasado jueves 11 en Excélsior–, criticó las campañas de promoción del condón que se difundieron durante el gobierno foxista, “al considerar que, más que prevenir, promovían prácticas de mayor riesgo”. Como si el mayor riesgo no fuera, precisamente, no usar el condón.
También dijo que era en los padres en quienes debería recaer la responsabilidad sobre la educación sexual de los hijos. Como si una educación sexual responsable no implicara necesariamente el uso del condón en relaciones de riesgo. ¡Santo Dios, en plenos tiempos del sida!
Pero, en relación al tema, los informes de la propia Secretaría de Salud en años pasados fueron reveladores. Sitios en el sur de nuestro país con un crecimiento demográfico de 7% anual en donde las campañas de planificación familiar son demolidas por la influencia y la actitud implacable de algún sacerdote local contra los anticonceptivos. Sermones dominicales en que se recrean con lujo de detalle las altas lenguas de fuego y el chirriar de dientes del infierno de los cogelones que usan anticonceptivos. Mujeres con nueve hijos, muy enfermas, obligadas a tener el décimo, aunque les cueste la vida (a ellas y tal vez a su hijo), porque su esposo tenía determinantemente prohibido por el curita del lugar usar un condón.
Suponemos que, ahora, a esa campaña de la Iglesia se sumará la del propio Córdova Villalobos, en su papel de “cardenal alterno” (Monsiváis dixit), haciendo responsables a los padres de lo que pueda suceder en la familia por las prácticas sexuales sin algún tipo de protección. Así, podría decir Córdova Villalobos a alguno de sus fieles:
–Aunque llegue borracho por las noches al cuartucho insalubre en que vive usted con su familia, sea responsable, hombre, no se coja a su mujer porque lo oyen sus hijos. Pero si no se aguanta y lo hace, por favor no use condón porque es pecado. Incluso si va con una prostituta, sea responsable, más vale que le peguen el sida pero que salve su alma.
En su declaración, Córdova Villalobos va aún más lejos, y “en especial criticó aquellas campañas que pretendían eliminar la homofobia”.
En un rapto de inspiración, agregó el secretario de Salud:
“Dentro de las campañas de no discriminación, había algunas que parecían más promover el homosexualismo que evitar la discriminación a los homosexuales, y dices, bueno, ¿quién hizo estos spots? ¿Se trata de no discriminar o se trata de promover algo?”
Dios los hace y ellos coinciden en sus declaraciones.
“Un documento de 12 páginas redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobado por Juan Pablo II pide utilizar todos los medios posibles para evitar la aprobación de leyes que reconozcan las uniones entre personas del mismo sexo”. (Proceso1397.) El objetivo del texto era “iluminar (sic) a los políticos católicos y darles líneas de conducta coherentes con la conciencia cristiana”.
Muy coherentes. Por eso George W. Bush no podía quedarse atrás y en agosto del 2004 declaró: “El matrimonio es una institución sagrada entre un hombre y una mujer, y no transigiré en la cuestión del matrimonio entre homosexuales”.
Las piezas se juntan para formar un bonito rompecabezas. Homofobia, apoyo incondicional al Ejército y a su símbolo protector, y una afanada defensa de la vida aún no nacida, más que la protección de la vida ya existente.
¿Adónde se quiere llegar?
Tal vez tenga razón Mario Benedetti cuando señala, en medio de su fundado escepticismo, que la única posibilidad de cambio verdadero en nuestras sociedades está hoy en los jóvenes. Serán ellos los primeros en indignarse y reírse de los Córdova Villalobos y tomarán sus propias decisiones responsables. Pero no será una empresa sencilla. Les estamos asesinando el futuro, preparándoles un mundo inhóspito y minado, marcado por un egoísmo desatado y suicida. “Los jóvenes son conscientes sin remedio de la inmoralidad y la hipocresía que los rodea, y por ello se vuelven un peligro latente para algunos de nuestros gobiernos”, agrega Benedetti. De ahí, suponemos, que se construya alrededor de ellos un muro de ruido, de violencia, de alucinaciones, de pobre imaginería. De ahí que se haga lo posible y lo imposible por acallarlos, por enclaustrarlos en el vacío. De ahí que no se encuentren en este mundo como en su hogar, sino como en casa ajena.
Ojalá que, pese a todo y a todos, nuestros jóvenes sepan rescatar su fresca identidad, y que aun en medio de tanto fogonazo y tanto estruendo, sepan escuchar los latidos de su propio corazón. Y, claro, también los del corazón del prójimo. ?
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