Historias de poder, de traición, de corrupción... (Proceso 1598/17 de junio de 2007)
Del fondo de su historia periodística y aun personal, Julio Scherer García ha sacado y engarzado las historias que componen su nuevo libro, fiel a la estirpe de otros suyos, invaluables, enlazados del primero al más reciente por un hilo conductor inequívoco: el obsesivo afán del autor por desnudar los abusos del poder y de sus beneficiarios. La terca memoria revela precisamente lo que su título describe con exactitud: la poderosa decisión del fundador de Proceso de no olvidar. Julio Scherer García fue aún más allá. Recurrió al mecanismo insólito que él define como el acto de reportear los recuerdos, para precisar datos, evocar fechas, afilar el arpón con el que escribe.
Como otros de sus muchos trabajos periodísticos, este libro –editado por Grijalbo– está inevitablemente destinado a provocar polémica, por no decir iracundia. En adelanto exclusivo, ofrecemos en estas páginas algunos fragmentos del volumen, en particular aquel que el autor dedica a Jorge Hank Rhon, uno de los más preclaros cachorros de la corrupción mexicana.
Jorge Hank Rhon prepara su bebida favorita: Herradura re-posado con una víbora de cascabel, una cobra, un pene de león, un pene de toro y a veces cabellos finos de osos grises del Canadá. En el vaso pueden quedar residuos de esos ani-males que, a trasluz, se miran como minúsculos pedazos de tripas bañadas en un líquido amarillento.
En Proceso, en un pequeño recuadro, leí la historia hacia el principio del año y me pareció que correspondía a uno más de los gestos excéntricos del hijo del Profesor. Ya me había llamado la atención su desplante, “la mujer es el ani-mal que más me gusta”, y lo había apartado como tema de un interés periodístico mayor.
En marzo pasado estuve en Tijuana para saber más del personaje de ilustre apellido. Inmensamente rico, podero-samente instalado en la industria del PRI y en la industria del juego, heredero de la historia de su padre, Jorge Hank da de qué hablar como un personaje sin parecido visible. Es quien es, fruto de sus ideas, pasiones, ansias de poder, notoriedad y una vida envuelta en el crimen. Es punto obligado para hablar de la nube tóxica que enferma a buena parte de la población de Tijuana.
Apenas el 19 de febrero pasado, Frontera publicó en su primera plana una foto con un garrafón, nunca vacío, del tequila y sus componentes. La nota, firmada por los repor-teros Jorge Morales y Ana Cecilia Ramírez, incluye un diá-logo breve que inicia el priísta multimillonario en dólares:
–Ven, tocayo, te voy a contar el secreto de mi virilidad.
–¿Cómo funciona? –pregunta el periodista.
–El tequila absorbe el poder de estos animales.
–¿Y se acaba el botellón?
–Cuando lo bajo, me lo van llenando.
Convencido de la fuerza sexual de la bebida, lo ofrece a sus incondicionales, a sus empleados y cómplices. También invita a las señoras a que mojen sus labios y nutran su cuer-po con el hallazgo que lo enorgullece.
Alejandro Ruiz Uribe, inclinado al PRD y hace algunos años líder estudiantil de la preparatoria estatal, me cuenta una historia que llama sencilla, sólo una anécdota y subraya:
–Yo fui casi testigo de un suceso que a muchos consta.
–¿Y por qué casi testigo?
–Mi madre quiso saludar a la señora Rigoberta Menchú en una cena ofrecida en su honor. La premio Nobel de Gua-temala había impartido una conferencia en la preparatoria y queríamos agradecerle su tiempo y la brillantez de sus pala-bras. A mi madre, como es natural, le cedí mi lugar y ella me contó lo que vio y escuchó:
“El alcalde, Jorge Hank Rhon, respondió a uno de sus impulsos y se presentó en la cena sin invitación. Fue directo a la mesa principal, cambió unas palabras con los comensa-les y le habló a nuestra invitada de su tequila vigorizante. Gustoso de sí mismo, gustoso de su hallazgo, lo ofreció a la ilustre señora. De parte de Rigoberta Menchú no hubo un gesto, apenas una mirada lejos del presidente municipal: ‘Gracias’.”
Me propuse visitar el fraccionamiento de Hank Rhon, Puerta del Hierro, aún bajo el régimen de condóminos. “Será difícil –me habían advertido–, son pocos los que entran.”
Acompañado de Felipe Zárate, vi a la distancia la case-ta de vigilancia. Dos policías privados eran guardianes del fraccionamiento, de uniforme azul y sombreros de recorta-das alas horizontales.
En letras de buen tamaño leí: “Prohibido el paso”.
Y luego, atónito:
“Por su seguridad, está siendo videograbado”.
Había, en efecto, frontales a la calle de acceso a Puerta del Hierro, dos cámaras videograbadoras, pequeños, sinies-tros cañoncitos.
Me supe en el centro de un sitio ominoso. “Por su segu-ridad, está siendo videograbado”. ¿Y si no soy videograba-do? Asistía a un lenguaje mafioso, voces gangsteriles.
–Permítanos pasar –dijo Zárate a uno de los vigilan-tes. La respuesta se desprendió por sí misma:
–El paso está prohibido. ¿No vio?
–Sólo unos minutos.
–¿Para qué? ¿Qué quieren?
–Mi amigo viene de lejos, quiere conocer Tijuana, y Puer-ta del Hierro es también Tijuana.
Intervine:
–Suba con nosotros. Acompáñenos.
–Sólo unos minutos.
La calle principal es circular y a la derecha el rojo se im-pone como el color del mundo. Una barda interminable de más de dos metros de altura está tapizada con bugambilias. Entre una y otra flor, apenas si aparecen pequeños espacios verdes y no se miran ramas, esqueleto de la enredadera. La barda corresponde a la casa de Hank Rhon.
A la izquierda se suceden unas a otras casas imperso-nales y conjuntos de materiales corrientes. Las casas están limpias pero no vi un jardín, algún lugar plácido. No vi un mercado, alguna tienda, una peluquería, una farmacia. No recuerdo una fuente. Las calles laterales tienen nombres de metales: mercurio, plutonio, estaño. Vi por ahí un aviso: “Prohibido Peatones”.
Fui a Zeta, el semanario fundado y sostenido con impre-sionante energía y valor por Jesús Blancornelas. Ahí con-versé con los coeditores de hoy, René Blancornelas y Adela Navarro. Atractiva, mujer de treinta y ocho años, diecisiete entregados a los amores de su intimidad y a la revista, escri-be una columna: Sortilegioz.
–¿Qué ocurre en Tijuana, señora?
–Pone en mis manos su artículo más reciente. “Vul-gar”, lo intituló.
Pareciera –escribe– que entre la clase empresarial y la po-lítica, el miedo se está convirtiendo en fascinación. Es una situación que bien podría encuadrarse en una especie de “sín-drome de Estocolmo”, donde el secuestrado ha sido de tal manera sometido por sus captores que termina por enten-derlos y desarrollar lazos afectivos para quienes le cortaron su libertad y sus derechos.
Así se encuentran muchos personajes de Tijuana que ya pasaron del miedo y pavor hacia la figura del ex alcalde Jorge Hank Rhon y ahora casi casi se han convertido en sus pro-motores personales. Terminaron siendo lo que tanto temie-ron: lacayos.
Un hecho increíble se dio cuando a una de las prominen-tes familias de la ciudad le secuestraron a su hijo, un chama-co. Dada la cercanía de la familia con el presidente municipal y el dinero que había invertido en la campaña, decidió hacerle una llamada de auxilio. El hijo fue puesto en libertad a las pocas horas y la familia recibió el aviso: “Ustedes están pro-tegidos, son gente del alcalde”.
Termino la lectura y la señora pregunta:
–¿Lo quiere así o más claro?
–Más claro.
–La historia la anunciamos en la portada de la revista con esta cabeza: “Policías Criminales”. Podríamos haberla titulado: “Criminales Policías”. Son iguales, son lo mismo. Este hecho terrible –agrega– puso en evidencia lo que para muchos es una realidad: que el equipo cercano a Hank son policías criminales que tienen el conocimiento de las redes de secuestradores, del narcomenudeo, de los asaltan-tes, etcétera.
Héctor “El Gato” Félix Miranda fue asesinado el 20 de abril de 1988. Los crímenes contra el codirector y director de Zeta pusieron en vilo a Tijuana. No se olvida al Gato y para muchos no hay manera de sobreponerse a una sensa-ción que perturba. En el hampa que se ha extendido por la ciudad, la figura de Jorge Hank Rhon cobra la fuerza de un protagonista.
Avivan los rescoldos sucesos que llegan de muy lejos. Jorge Vera Ayala, hijo de Antonio Vera Palestina, uno de los asesinos materiales del Gato, se encuentra hoy a cargo de la seguridad del ex alcalde.
Dice Adela Navarro:
–Existen documentos, hemos publicado reportajes que así lo acreditan. La policía que encabeza Vera Ayala no per-tenece a la estructura de la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana, pero aparece en el presupuesto como un gru-po de élite [...]. El año pasado fueron asesinados veintitrés policías municipales, inmiscuidos de alguna u otra manera en el narcotráfico. Vera Ayala no está al margen de la oleada criminal. Pero es ahijado de Jorge Hank Rhon. Hubo quien se atrevió: “oiga usted, se trata del hijo del que mató al Gato, ¿no?”. “Pues es mi ahijado –le llegó la respuesta pronto–. Yo lo traje y yo lo traigo”.
–¿Cómo llegó Vera Ayala a la posición que actualmen-te ocupa? –le pregunto a la coeditora de Zeta.
Hank Rhon ocupó la alcaldía con un grupo del Estado de México, encabezado por Ernesto Santillana. Éste llegó a Tijuana con el compromiso o la consigna, como quiera lla-mársele, de acabar con el narcomenudeo y los narcopoqui-teros, pero en verdad, acabar con ellos, eliminándolos. Dueño del poder, Santillana organizó un comando negro que robó, secuestró, mató. El escándalo, ya mayúsculo, seguía creciendo. Hank Rhon optó por sustituirlos y llamó a Vera Ayala. En cuanto a Santillana, regresó al Estado de México, su casa. Había trabajado con el Profesor. En el archivo in-menso de Zeta –continúa– conservamos un editorial de Francisco Ortiz Franco, editor del semanario y uno de los hombres más cercanos a Jesús Blancornelas. Es un editorial que nos enorgullece. Ortiz Franco fue asesinado y el origen profundo de su muerte permanece en la bruma, como el asesinato del Gato.
Ortiz Franco escribió “Imperativo Ético”, avalado por Blancornelas en letras cursivas al término del artículo. Di-jo Blancornelas: “Este espacio refleja el criterio editorial de Zeta”.
En cuanto al texto, me dijo:
–No es una decisión precipitada. Tampoco visceral. Al contrario, fue suficientemente analizada. El dilema fue en-tre la función profesional del medio y la obligación moral. No figuró en absoluto lo comercial. Finalmente, la decisión de Zeta es no aceptar publicidad-propaganda a favor del precandidato del Partido Revolucionario Institucional, Jor-ge Hank Rhon. Consideramos que no es ético prestar este servicio a quien fue patrón de los asesinos materiales del codirector de Zeta, Héctor Félix Miranda. Su conducta de patrón está más que probada e incluso fue aceptada públicamente por el precandidato priísta. Más allá de lo profesional y lo legal, está la obligación moral que tenemos con quien perdió la vida el 20 de abril de 1988 por publicar sus ideas en las páginas de este semanario.
No se detiene la señora. Cuenta con naturalidad, sin én-fasis en la voz, el cuerpo quieto, cuenta de Tijuana, insepa-rable de su propia vida:
–Uno de los hijos de Hank Rhon, Alberto, se encon-traba en una disco y de repente, como en una ráfaga, un instante que contenía horas, se vio enfrascado en un pleito por una muchacha. Dos energúmenos se disputaban, más que a la muchacha, su amor propio. Los dos la habían visto y se habían sentido atraídos por ella. Eso había sido todo. El rival de Alberto Hank, Pablo Francisco Duarte, rom-pió una botella y el pleito llegó lejos. Alberto sufrió heri-das en la cara, creo recordar que también en el cuerpo. En medio de la noche, los guardaespaldas se lo llevaron a un hospital. A su contrincante le llovieron golpes, una terrible zarandeada. Permaneció en el hospital tres meses. Sus pa-dres midieron los alcances del pleito y lo protegieron largo tiempo mandándolo a los Estados Unidos. Los hechos se habían olvidado y el muchacho regresó a Tijuana el 29 de agosto de 2006.
Al día siguiente del pleito no hubo rastro de Pablo Fran-cisco Duarte. Un día después se extendió la noticia de su muerte, el cuerpo abandonado cerca de la Clínica Número Uno del Seguro Social. Fue golpeado con puños, pies, bats y rematado con un tiro de gracia.
A la tragedia no la acompañó investigación alguna. Po-cos tuvieron noticia en Tijuana de que el pleito a muerte se había iniciado en el restaurante bar TRSZ, propiedad de Nico Nacif, compadre de Hank Rhon.
–Señora, Hank Rhon sostiene que no tiene problema alguno con el gobierno de Estados Unidos. Cita que de la investigación conocida como “White Tiger”, salió limpio, cerrado el expediente.
–Hank Rhon dice parcialmente la verdad: “White Ti-ger” es una pesquisa congelada, pero eso no significa que el caso esté cerrado. Oculta el ex presidente municipal, en cambio, la humillación a que lo someten nuestros vecinos. [...] Hank Rhon –explica– posee cuarenta automóviles a su estilo. Todos son de lujo, doscientos cincuenta mil o qui-nientos mil dólares, cada uno con placas de los Estados Uni-dos. Cuando así lo estima conveniente, en alguno de sus ve-hículos, escoltado siempre, se traslada a las zonas que pesan y a las barriadas de la ciudad. Es su manera de hacer sentir su personalidad, unidas la riqueza económica y la prepotencia política. Hombres de temple lo pueden todo, es el mensaje que transmite. Así ganó las elecciones para la presidencia municipal, al frente la marea roja, sus guaruras, sus incon-dicionales, sus empleados, sus cómplices, todos púrpura y dispuestos a hacer sentir su poder. Se gastó en dólares y la votación fue ínfima, como se sabe. [...] Existen en la ciudad veinticuatro garitas para cruzar la “línea”. El gobierno de los Estados Unidos ideó un acceso especial que llamó “Sen-tri”, un paso VIP. Si usted se presenta en las oficinas corres-pondientes de aquel lado, muestra sus estados de cuenta, declaración de impuestos, comprobante de residencia im-pecable, documentos transparentes, el FBI, que lo investigó hasta la minucia, autoriza para usted una tarjeta y lo registra en “Sentri”. [...] A Hank Rhon el FBI lo investigó y le negó la tarjeta. Pienso que para su personalidad egocéntrica, as-pirante a los más altos puestos de la política –el tiempo es mío, ha dicho más de una vez–, no puede existir humilla-ción comparable al rechazo del FBI. Hank Rhon, sus coches, sus guaruras, sus placas de los Estados Unidos, todo él ha de someterse y transitar por una de las veintitrés líneas por las que todos cruzamos para ir a los Estados Unidos y regre-sar a nuestro trabajo y al abrazo que siempre nos aguarda.
El casino Caliente reúne a hombres y mujeres que se evaden del mundo, los ojos inmóviles en la pantalla donde cruzan apuestas con el azar. Los salones se escuchan silen-ciosos, concentrados los jugadores en imágenes abstractas. Algunas mujeres jóvenes de falda oscura y saco blanco, ajustado con cuatro botones dorados, van y vienen atentas a lo que pudiera ofrecerse a la clientela.
Existen amplios espacios con fotografías de carreras de caballos y perros, escenas fijas y partidos febriles de futbol, beisbol, futbol americano, basquetbol, encuentros de box, de lucha libre. Si hubiera carreras de hormigas o batallas en-tre hormigas rojas y hormigas negras, ahí estaría un público ansioso de emociones reservadas a la torturante expectativa de ganar o perder.
A corta distancia de las pantallas y los salones con fo-tografías, subsisten las viejas tribunas de un verde informe para seguir al caballo favorito en su galopar desenfrenado. Las grandes pistas desaparecieron hace catorce años y hoy existen veredas por las que corren los galgos, diversión pue-ril frente a los majestuosos pura sangre. Un olor sucio inva-de la zona semiabandonada.
Cerca del casino se presta a la añoranza la derruida plaza de toros. El ex alcalde, Jorge Hank Rhon, decidió terminar con la tradición de los domingos taurinos. El redondel es hoy sólo un espacio vacío que, se dice, algún día pudiera albergar un casino de verdad, con ruletas y crupiers, evo-cación de Las Vegas. Desde las tribunas se atisba apenas un ángulo del zoológico. Las jirafas, los leones, los tigres, los hipopótamos semejan juguetes. “Mi vicio son los anima-les”, ha dicho Hank Rhon más de una vez. Su pasión por ellos o la llamada fascinación por el horror lo ha llevado a cruzar hembras y machos incompatibles.
Acceden al zoológico sólo las personas que obtienen la aprobación del hombre importante de Tijuana. Hay una ex-cepción: los niños. Una vez a la semana, seleccionados por sus profesores, recorren en camión la maravilla del espec-táculo a su alcance. Hay especies que están por desapare-cer, como los osos grises del Canadá, los tigres siberianos, blancos y de ojos azules –según se dice–, y las aves del Diluvio.
La felicidad de los niños tiene límite. Observan, pero hasta ahí. Tienen prohibido caminar por las zonas protegi-das del zoológico. Explican, nacidas muertas sus palabras, que quisieran mirarse, así fuera sólo eso, en los ojos vacíos de los animales, ejemplares inofensivos.
A las dos horas de iniciado, el viaje termina. ?
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