Desaparecido

GABRIEL GOMEZ CAÑA, POR ULTIMA VEZ SE LE VIO EL SABADO 25 DE MARZO PASADO, A LAS 11:30 DE LA NOCHE

GABRIEL GOMEZ CAÑA, POR ULTIMA VEZ SE LE VIO EL SABADO 25 DE MARZO PASADO,  A LAS 11:30 DE LA NOCHE Orizaba, Veracruz.- Llevaba una playera negra, pantalon de mezclilla, es de complexion delgado y piel morena...Es militante del Frente Popular Revolucionario y activista de Organizaciones Sociales.

06 septiembre 2007

Periodismo de emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes

Proceso

"Asegún Marcos", según Leñero


En la vida periodística de Vicente Leñero hay dos necesidades supremas: estar al día y afilar sus textos hasta convertirlos en literatura. De alguna manera lo concentra así en la breve “Justificación” que preside su nuevo libro, Periodismo de emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes:

“En 1988, Editorial Grijalbo publicó una selección de mis trabajos que se llamó talacha periodística. Con el título Periodismo de emergencia se reedita ahora, en el sello Debate, esa antología, a la que he añadido materiales publicados durante los últimos años. La mayor parte de los textos aparecieron en Claudia, Revista de Revistas y Proceso. Así, este libro es, intenta ser, un balance del ejercicio de una profesión asumida con pasión literaria.”

La compilación de esos trabajos, publicados también en otras revistas y periódicos de 1955 a 2007 (Excélsior, Siempre!, Nexos, Jornada Semanal, El País, Cultura Urbana, Chilango, Luvina), circula en estos días bajo la firma de Random House-Mondadori, y añade a la imprescindible Talacha...(que se ha convertido en un verdadero libro de texto universitario), dos capítulos acerca del PRI “de ayer” y “de antier”.

Y un inédito, “Asegún Marcos”, donde Leñero resume su experiencia y la de sus colegas en Proceso para informar sobre el surgimiento del EZLN y del subcomandante Marcos en 1994. Se reproducen en seguida los dos primeros apartados.

Lo vi como siempre, como en los tiempos de Excélsior cuando interrumpía conversaciones para responder llamadas telefónicas y regresar a la charla y moverse en su despacho y salir al balconcillo de Reforma 18 y recibir a no sé cuál reportero a quien encomendaba una investigación o una entrevista, y retomar de inmediato otra vez la plática justo en la frase que había dejado pendiente. Ansioso en mangas de camisa, acelerado, exudando adrenalina, incontenible en su apasionado gozo por la exclusiva, venteaba las grandes noticias con la excitación de un vampiro ante la sangre, con el placer profesional que descubre o desata el carrete de hilo de una primicia espectacular.

No pocas veces lo encontré así, en su despacho de Excélsior o en el de Proceso, pero ahora su imagen enfebrecida me remitió a aquel director nato del periódico de la vida nacional, nacido para desentrañar realidades ocultas, y con quien yo habría de pactar una entrega mutua y absoluta a nuestra aventura profesional. Me fascinaba –me asustaba a veces– ver así a Julio Scherer García.

–¿Ya tienes la foto de portada? –me preguntó.

Era la tarde-noche del jueves seis de febrero de 1994.

–Tenemos varias propuestas –dije–. A ver cuál te parece mejor.

Me prensó del antebrazo, y obligándome a caminar por delante fuimos hasta donde ya Marco Antonio Sánchez había ampliado y enchinchetado cinco fotos que ilustraban el levantamiento en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Todas eran excelentes, algunas sumamente dramáticas: la entrada de los zapatistas a San Cristóbal de las Casas tomada por Antonio Turok; ocho cadáveres de combatientes en pleno campo durante los primeros enfrentamientos con el Ejército, de Marco Antonio Cruz; los soldados brincando de un helicóptero y a punto de entrar en combate; un zapatista tendido sobre un charco de sangre junto al rifle de madera con el que “disparaba”; más muertos en Rancho Nuevo, en Ocosingo, en Altamirano y en Las Margaritas donde en ese momento el 75 Batallón de Infantería repelía a los insurgentes.

–¿Dónde está una de Marcos? –preguntó Julio.

Iniciábamos esa tarde el cierre de la revista y poco se sabía entonces de la conformación militar del EZLN. Los diarios habían informado de un hombre, oculto su rostro por un pasamontañas, que el día en que su ejército entró en San Cristóbal conversó brevemente con habitantes y turistas de la población, luego de que los alzados tomaron la presidencia municipal y destruyeron y quemaron archivos, mobiliario, cuadros, casi al mismo tiempo en que hacían pública su declaración de guerra contra el gobierno de Carlos Salinas.

Las escasas fotos que se tomaron de Marcos la mañana del primero de enero eran imprecisas y lejanas. Lo rodeaba la gente, y entre pobladores y curiosos sobresalía apenas el cucurucho de su pasamontañas. Un turista, sin embargo, lo gravó con su cámara de video durante el breve lapso de la charla. El turista se llamaba Juan Villatoro y pensó que sus imágenes podrían resultar periodísticas.

La mañana de ese jueves seis, Villatoro se apersonó en Proceso con todo y video. Era un lector asiduo de nuestro semanario, dijo.

Por desgracia no era bueno el material –padecía desenfoques y barridos–, pero en algunas tomas se lograba distinguir a Marcos, de frente.

Toda la mañana y parte de la tarde, Carlos Marín, Juan Miranda y yo nos la pasamos proyectando y deteniendo la cinta en busca de un instante en que se viera a Marcos con precisión. Escogimos el mejor momento, el menos peor. Juan Miranda lo convirtió en una foto en close up que le presentamos a Julio junto con aquéllas donde se ilustraban los combates y los muertos.

Para portada, Marín y yo nos inclinábamos por las escenas dramáticas.

–Aquí se ve lo que está pasando –dijo Marín–: la guerra en pleno, los campesinos acribillados.

–Como fotos tienen más calidad –completé yo.

Ésta es buenísima –señaló Marco Antonio a la del insurgente caído junto a su rifle de madera.

–La portada es Marcos –dijo Julio.

–Está muy graneada –repliqué.

–La guerra es lo que importa –insistió Marín–. Mire ésta, don Julio. Y apuntó una de soldados y cadáveres.

–La portada es Marcos –volvió a decir Julio–. El periodismo se hace con personajes.

Tenía razón. Nuestra portada del número 897 de Proceso fueron los ojos y el nacimiento de la nariz de Marcos, como asomándose por el hueco del pasamontañas. La cabeza principal decía: Terminó el mito de la paz social... EL ESTALLIDO DE CHIAPAS. Abajo a la derecha, otra cabeza en la que equivocamos el cargo militar. En lugar de subcomandante le pusimos Comandante Marcos dos puntos. Y una frase entrecomillada: “Podrán cuestionar el camino, pero nunca las causas”.

A partir de ese número cubrimos, durante años, el fenómeno Marcos y el EZLN. Siempre valiéndonos de nuestro corresponsal en Chiapas, Julio César López, y enviados especiales que se alternaban: Guillermo Correa, Ignacio Ramírez, Salvador Corro…

Ahí lo buscamos, ingeniero

Presionado por “la sociedad civil” –término althusseriano y chocante que entonces se puso de moda– el presidente Salinas ordenó el alto al fuego el doce de enero y se iniciaron los preparativos para un diálogo entre gobierno y levantados. Marcos se había convertido ya en poco menos que un ser mítico, para bien y para mal. Su pasamontañas, originalmente utilizado para defenderse del frío, obligaba a pensar, a un tiempo, en los encapuchados terroristas de Sendero Luminoso o en los encapuchados caricaturescos de la lucha libre. Entre el mito y el folclor. Entre el drama y la farsa.

Ante un líder de indígenas así, los medios de comunicación se desvivían por conseguir de él entrevistas exclusivas. El primero en alcanzar tal hazaña fue Epigmenio Ibarra. Con una cámara profesional de video y en compañía de Blanche Petrich y Elio Enríquez grabó un reportaje que se exhibió por el mundo. El texto de la entrevista se publicó en La Jornada.

Aunque el trabajo documental de Epigmenio era excelente, no agotaba al personaje. Faltaban muchas preguntas por plantear sobre los orígenes del EZLN, sobre los antecedentes de Marcos, sobre su personalidad inquietante.

Al mediodía del lunes siete de febrero, Julio me prensó el codo y me jaló a su oficina.

–Ya está lista una exclusiva con Marcos.

–¿De veras?

–Listísima.

–¿A quién vas a mandar?

–¿No te parece chingoncísimo?, ¿no te encanta, Vicente?, ¿no te vuelve loco? Dime que te vuelve loco, dime que te parece una chingonería.

–Sí, claro, me vuelve loco pero quién la va a hacer.

–Tú.

–¿Yo?

–Sí, tú. ¿Estás puestísimo?

Julio me explicó que esa misma noche, o la noche siguiente, me telefonearía a mi casa un tipo que se iba a identificar como el Albañil. Me daría instrucciones en clave.

Se antojaban exageradas las precauciones de los intermediarios de Marcos, pero eran comprensibles, me decían Froylán López Narváez, Rafael Rodríguez Castañeda, Carlos Marín.

–¿No ves que la PGR y el Ejército están haciendo lo imposible para localizar a Marcos? Si lo agarran, se acabó el problema según ellos.

Más que el miedo a los peligros que acechaban en Chiapas, me atemorizaba el reto periodístico. Desde los inicios de Proceso yo apenas había realizado tareas reporteriles. En realidad nunca fui reportero de tiempo completo: no era hábil para las entrevistas ni ducho en las faenas a botepronto que exige la profesión.

–A lo mejor no consigo sacarle la sopa a Marcos –dije.

–Eso es lo que hace falta –me replicó Julio–. Exprimirlo, arrinconarlo, preguntarle todo, Vicente, todo todo todo. Los periódicos ya hablaron mucho de las causas y los combates. El personaje sigue intacto.

Complacer periodísticamente a Julio siempre ha sido difícil para cualquier reportero. Cuando él dice “exprimir a un personaje” significa exprimir a un personaje. Y con Marcos se trataba, obviamente, de que Proceso no le sirviera de alfombra para sus rollos políticos. Eso es el periodismo.

Esa misma noche sonó el teléfono en la casa. Contestó mi hija Mariana.

–Te habla un albañil, papá. No me quiso decir su nombre.

La voz sonaba hueca. Parecía la de un hombre que había leído a Eric Ambler o a John Le Carré.

–Tiene que estar en la obra el día nueve. Ahí lo buscamos, ingeniero. No le diga a nadie de nuestro contrato.

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