Desaparecido

GABRIEL GOMEZ CAÑA, POR ULTIMA VEZ SE LE VIO EL SABADO 25 DE MARZO PASADO, A LAS 11:30 DE LA NOCHE

GABRIEL GOMEZ CAÑA, POR ULTIMA VEZ SE LE VIO EL SABADO 25 DE MARZO PASADO,  A LAS 11:30 DE LA NOCHE Orizaba, Veracruz.- Llevaba una playera negra, pantalon de mezclilla, es de complexion delgado y piel morena...Es militante del Frente Popular Revolucionario y activista de Organizaciones Sociales.

05 septiembre 2010

Un viejo cuento a propósito de Pink Floyd: Confortable y fulminante


Por René González

"No hay dolor, te estás alejando,

un barco distante humea en el horizonte,

tú estás volviendo a través de las olas,

tus labios se mueven..."

Pink Floyd

La tormenta no cesaba y el camino se hacia resbaladizo, aunque la carretera estaba desierta, los frenos del Chevy 76 cada vez agarraban menos. Pista de hielo en el Golfo y los rayos cercenaban el cielo. Era una corona de púas para un mecías perdido en ciertas nubes. Mantuvo el acelerador hasta el fondo, y la mirada fija en las líneas blancas del asfalto escurridizo. Aunque el volante retaba su fuerza en cada curva, sólo faltaba entrar a un túnel más para llegar a Acapulco. El radio había perdido toda sintonía, una música de interferencia adornaba la víspera. La vieja lamina había volado tantas tardes en esas condiciones, que circulaba como un viejo y pesado reptil. Él, únicamente pensaba en llegar al puerto, eran demasiadas horas sin dormir, sería capaz de tumbarse en la arena aún con la lluvia a cuestas.

Penetrar el costoso túnel directo a la bahía fue un alivio, los parabrisas al fin despejaron la visibilidad. Encontró otros autos circulando, la soledad del camino era sólo un espejismo. Decenas de calaveras irradiaban. Recordó el paquete de pastillas que llevaba en el asiento trasero, así tan a la vista nadie sospecharía de una pequeña pero gratificante carga de droga. Lo contrario de buscar es mostrar, no esconder. Lo entregaría en alguna palapa de Punta Diamante y podría sobrevivir un mes con holgura. Suspiró mientras los neumáticos perdían humedad en el pavimento seco, debajo del gran túnel. Apareció la bahía con su humedad, casitas tristes y los grandes hoteles que todavía le ocultaban el mar. Un fuerte viento raptaba las palmeras, de ese lado de la montaña no llovía, sólo barcos, velas y luces. La tormenta ya había transcurrido pues las calles estaban encharcadas. El auto color crema comenzó a secarse. Pronto caería la noche al abrirse las nubes. Al fin viró y ahí estaba el viejo mar, un manso lobo. Entonces pensó en María, que después de seis años lo había dejado: por un hombre de posibilidades que no tendría que traficar sustancias para mantenerla. Llevaba un mes perdido en laberínticas noches de lágrimas con sabor a alcohol, rabia y guerra.

Nunca había estado tan entablado, una cerveza más o un toque más eran lo mismo. Ya daba igual. Era un súbito ciego cruzando los puentes. Como si el tiempo no transcurriera y los recuerdos fueran una imbatible losa. Sucesivamente aguantaba hasta quedarse dormido y despertar para volver a sumergirse en las quimeras del pasado. Antes del abandono, bien prefería una fuerte dosis de alcohol o droga que estar con María. Ahora mataría por estar con ella y mirar de frente la bahía mientras conducía lentamente. Con su mano en la pierna quizá. Demasiado tarde. Tomó la costera y divisó los enormes cruceros. Los turistas comenzaban a salir de la sorpresa de una tormenta en Acapulco y cerraban sus paraguas despuntados. La música volvía al viejo radio y casualmente sonó Comfortably Numb de Pink Floyd. Lo debía estar esperando en el muelle, con una maleta con fajos de Dolares, la lluvia le había retrasado.

No le importó que quien lo esperaba no perdona y mejor se estacionó cerca de la playa, justo debajo de una gran bandera que languidecía. Aun sin sol, la tarde culminaba con tonos anaranjados. Sentí su cuerpo adormilado y su mente navegar. Una tras otra rememoraba todas aquellas noches sin prisas por hacer el amor. Deleitantes. Ya en la playa sus ojos miraban sin mirar. Su boca tragaba la arena levantada por la brisa para estar aún más seca. Una prostituta le susurró algo y él la alejó de un manotazo. Recordó que caminar descalzó en la arena es como caminar hacía el paraíso.

¿De qué tamaño eran sus recuerdos, que en ellos cabría todo el infierno? Compró una cerveza a un lanchero y sintió un fugaz estremecimiento cuando una ola le arrancó la arena de su sitio. Otra vez flotando. Era distinto enfrente, dónde cierra la bahía, allá todavía los relámpagos cuarteaban el horizonte. Grietas en sus ojos. Mientras los niños reconstruían castillos, el camino entre olas que también habían perdido fuerza y trepó un pequeño peñasco. Allí podía mirar las luces del puerto sin mojarse. Una mujer de ojos oscuros llegaba también a la playa, se quedó recargada justo en elChevy. Él se arremangó la camisa y encendió un cigarro.

El humo serpenteó y entonces ya era de noche. Una luz mortecina reverberó en el mar. Sus manos temblaban incontenibles. Observó a la mujer recargada en su auto esperando que la luna descubriera su rostro. Era hermosa, quizá un nuevo punto en su resquebrajado destino, pero no se animó a desprenderse de la roca que esta vez era su único asidero. Se arrimó la primer gran ola de fuerza, briosa, terca. La marea comenzaba a subir. Los niños claudicaron y los pescadores silbaban en la playa. El paisaje era implacable pero amenazador, arriba al fondo una maraña de truenos, debajo un mar embravecido, pero en la roca solitaria se sentía la más acogedora tranquilidad. Un instante de brillo interno sin lugar ni espacio. Comenzó a bostezar y la mujer seguía ahí junto a su viejo auto, ¿Quién era que tampoco parecía mirar a ninguna parte? Una marchitante oscuridad desdibujó la línea que divide el horizonte. Quizá podría ponerse en pie y aprovechar que ella estaba junto a su auto, sola, para charlar, quizá podía darse esa leve oportunidad después de días interminables retando a su sombra.

Pero no, una pesada cortina cerraba cualquier pensamiento, cualquier intento de escapar a la rutina que había elegido para atravesar la vida. Cabeceó mientras un barco partía de la zona de muelles. El viento desprendía los cabellos de la mujer y su vestido se desajustaba. La miró fijamente sin atreverse a levantarse y caminar hacia ella. Los separaban varios metros. La marea comenzaba a cobrar intensidad, ritmo, la luna y todas sus capitales podían mirarse a esa hora puntual de una noche negra. Luna llena, mar amoroso. Su pensamiento clarificó, pensó en la mujer junto al auto, apenas la observó de reojo cuando otro recuerdo ganó la partida y apresuró otro golpe seco en él, una nueva punzada de dolor. María no terminaba por irse de su vida y lo inmovilizaba. Ramas eléctricas encrespaban el cielo lejano. Nada lo aliviaría, ni la mujer que lo miraba desde la lejanía.

No supo si fue un minuto, una hora o más, pero había dormido algún momento, su cuerpo había cedido, y ahora el peñasco dónde permaneció estaba rodeado de agua impetuosa. Irreverente, salada y fría como la escamosa piel de un pez. Había escuchado que cuando la luna brilla el mar no perdona. Allí en medio de la noche, y del mar vengativo, supo que estaba completamente solo y acabado. Por supuesto que la mujer de la orilla ya no estaba junto al Chevy, pero sí la tristeza y un mar insondable que le rodeaba ya medio cuerpo. El pasado había sido fulminante otra vez.

Este texto forma parte de la columna Por la Calle del Desengaño que publico los domingos en Facebook.

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