Por René González
"No hay dolor, te estás alejando,
un barco distante humea en el horizonte,
tú estás volviendo a través de las olas,
tus labios se mueven..."
Pink Floyd
La tormenta no cesaba y el camino se hacia resbaladizo, aunque la carretera estaba desierta, los frenos del Chevy 76 cada vez agarraban menos. Pista de hielo en el Golfo y los rayos cercenaban el cielo. Era una corona de púas para un mecías perdido en ciertas nubes. Mantuvo el acelerador hasta el fondo, y la mirada fija en las líneas blancas del asfalto escurridizo. Aunque el volante retaba su fuerza en cada curva, sólo faltaba entrar a un túnel más para llegar a Acapulco. El radio había perdido toda sintonía, una música de interferencia adornaba la víspera. La vieja lamina había volado tantas tardes en esas condiciones, que circulaba como un viejo y pesado reptil. Él, únicamente pensaba en llegar al puerto, eran demasiadas horas sin dormir, sería capaz de tumbarse en la arena aún con la lluvia a cuestas.
Penetrar el costoso túnel directo a la bahía fue un alivio, los parabrisas al fin despejaron la visibilidad. Encontró otros autos circulando, la soledad del camino era sólo un espejismo. Decenas de calaveras irradiaban. Recordó el paquete de pastillas que llevaba en el asiento trasero, así tan a la vista nadie sospecharía de una pequeña pero gratificante carga de droga. Lo contrario de buscar es mostrar, no esconder. Lo entregaría en alguna palapa de Punta Diamante y podría sobrevivir un mes con holgura. Suspiró mientras los neumáticos perdían humedad en el pavimento seco, debajo del gran túnel. Apareció la bahía con su humedad, casitas tristes y los grandes hoteles que todavía le ocultaban el mar. Un fuerte viento raptaba las palmeras, de ese lado de la montaña no llovía, sólo barcos, velas y luces. La tormenta ya había transcurrido pues las calles estaban encharcadas. El auto color crema comenzó a secarse. Pronto caería la noche al abrirse las nubes. Al fin viró y ahí estaba el viejo mar, un manso lobo. Entonces pensó en María, que después de seis años lo había dejado: por un hombre de posibilidades que no tendría que traficar sustancias para mantenerla. Llevaba un mes perdido en laberínticas noches de lágrimas con sabor a alcohol, rabia y guerra.
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