3 de julio de 2007
Han transcurrido 365 días y a los mexicanos no sólo se nos ha negado nuestro derecho a conocer la verdad, sino además hemos sido testigos de la búsqueda infructuosa por acreditar una legitimidad no lograda en las urnas.
En qué ha intentado fincar Felipe Calderón su legitimidad:
En el PRI: desde el acuerdo previo al 2 de julio, este partido se ha constituido en una costosa "fuente de legitimidad". No me refiero sólo al acuerdo con los gobernadores que convocaron a votar por un candidato distinto al de su partido a cambio de impunidad (Puebla, Oaxaca), lo cual representa, además de un chantaje permanente, un costo mayor para la precaria justicia mexicana, sino también a la entrega del control del Congreso de la Unión y a la alianza estratégica, establecida desde el gobierno de Fox, con los sectores corporativos más corruptos, a quienes se recompensa los favores recibidos con grandes negocios, como la administración de las pensiones de los trabajadores al servicio del Estado.
En el discurso del orden y el endurecimiento: el saldo de la incorporación del Ejército en la lucha contra el narcotráfico es desfavorable, basta ver el reportaje presentado hace unos días por Denise Maerker acerca del operativo en Sinaloa tras el homicidio de una familia inocente (son los costos que se tienen que pagar en la lucha contra el crimen organizado, dijo un mando militar): nueve detenidos y 160 gramos de mariguana decomisados. Sin embargo, tras el despliegue mediático, la percepción ciudadana favorece estas acciones, lo que ha venido a fortalecer acciones autoritarias, llegando a extremos como suspender ilegalmente garantías y criminalizar a los jóvenes con los toques de queda decretados en Ciudad Juárez, Chihuahua, y San Nicolás, Nuevo León, que impide a menores de edad transitar en vía pública después de las 22 horas. Legitimar con las botas lo que no dieron los votos.
Los medios de comunicación: el cobijo y control de los medios, para quienes la realidad de nuestro país registra una visión unipolar, homologadora y sesgada. Una pretendida legitimación mediática que, además del bloqueo informativo a la oposición, persigue a los medios y comunicadores que no se alinean al oficialismo.
Los sectores más conservadores de la Iglesia, que desde el púlpito o de sus "instrumentos de evangelización" como el semanario Desde la fe incuban el huevo de la serpiente.
Los oligarcas, quienes manteniendo intocados sus privilegios e intereses son quienes realmente gobiernan.
En este intento frustrado de legitimación se pretende eliminar a la izquierda del imaginario colectivo, lo que muestra una vez más la soberbia de una derecha intolerante que no acaba de entender que el saldo de la elección de 2006 ha dejado, más allá de las pugnas partidarias, una profunda división social entre mexicanos.
La elección y las prácticas que se utilizaron desde el desafuero hicieron evidente, además de la profunda desigualdad que existe en nuestro país, la discriminación, el desprecio y el encono social enraizado en nuestra sociedad, causas que combate la izquierda, que dan fuerza al movimiento social que encabeza y que no pueden solaparse con voluntarismo, endurecimiento o manipulación mediática.
El 2 de julio desmiente a quienes suponen que las transiciones a la democracia son una ruta lineal ascendente. Una de las enseñanzas de ese día es que ninguna transición está asegurada y que éstas pueden enfrentar un sinuoso camino y regresiones severas.
Pero lo más preocupante es que en la maltratada democracia mexicana el 2 de julio corroboró, una vez más, que para los poderosos la transición sólo será posible si la alternativa a elegir por la mayoría no altera los intereses y privilegios de las élites económicas. El 2 de julio no se olvida.
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
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