Antonio Jáquez
“Con la conciencia tranquila”, Vicente Fox y Marta Sahagún decidieron mostrar públicamente –desde la impunidad, sin pudor alguno– los lujos de sus vastas propiedades –construidas o remodeladas en sigilo, sin manifestación explícita en la declaración patrimonial del expresidente– en San Francisco del Rincón, Guanajuato. Con “Su vida después de Los Pinos”, alcanzaron la ilustración de la portada de la revista Quién, privilegio al que aspiran, cada dos semanas, las celebridades y los millonarios mexicanos.
En la entrevista que acompaña a las fotografías donde se luce la pareja que se piensa protagonista de una película de época, Fox lanza un enigmático desafío que refleja, por lo menos, mala conciencia: “Aquellos que dicen que esta propiedad es producto de dinero robado o del dinero que me dejó la Presidencia tendrán que comer chicharrón porque no es así”.
Vicente Fox se figuró a tiempo su paraíso posterior a Los Pinos, y lo levantó a su antojo junto al rancho familiar en San Cristóbal, Guanajuato –que a su vez fue reconstruido, como “por milagro”, según los lugareños–, y cerca de la casa que compartió con su primera esposa, Lilián de la Concha.
Y lo hizo, claro, con toda la fuerza del poder presidencial, sin reparar en gastos ni extravagancias, y hasta se dio el lujo de llevarse a su nuevo paraíso al cocinero que tenía en Los Pinos –un militar del Estado Mayor Presidencial–, para no extrañar la sazón de sus guisos preferidos.
El sitio fue revelado en julio de 2005 por Anabel Hernández y Arelí Quintero, en su libro La familia presidencial, el gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción (Editorial Grijalbo). Las reporteras documentaron la insólita transformación de tierras áridas en una hacienda próspera, llamada La Estancia –que tiene incluso plantíos de agave azul–, y resaltaron el modo impreciso en que aparece en la declaración patrimonial de Fox.
Ahora, son el propio Fox y su esposa Marta Sahagún los que “abren su rancho” a la revista Quién, escaparate de los ricos y famosos. Los Fox exhiben su actual estilo de vida impúdicamente, es decir, se muestran como son: pretenciosos, frívolos, desmemoriados, mentirosos...
En su nido, pasean tomados de la mano, se acurrucan, se besan, montan a caballo, hablan como protagonistas de novela de Jorge Ibargüengoitia, posan como personajes de Lo que el viento se llevó, en versión guanajuatense por supuesto –¡Clark Gable y Vivien Leigh en el Bajío!
Nomás mis chicharrones…
El rancho La Estancia consta de varios terrenos, que según el Registro Público de la Propiedad de San Francisco del Rincón pertenecen al expresidente, y se localiza sobre la carretera León-Cuerámaro, cuatro kilómetros adelante de su “rancho oficial”. Las reporteras Anabel Hernández y Arelí Quintero contaron en su libro que en ese lugar vieron vacas, venados, llamas de Perú, avestruces…
En Quién, se dice que en el rancho de los Fox “habitan en libertad patos, venados y pavos reales, entre otras especies. En el enorme lago hay una amplia variedad de coloridos peces”. En una foto, se muestra al Fox clásico: sombrero negro de ala ancha, camisa azul cielo, pantalón beige, todo él caminando por un pastizal entre un hato de reses.
Aún en diciembre de 2000, cuando Fox llegó a Los Pinos, los terrenos de La Estancia lucían abandonados, según relataron vecinos del lugar. “Era puro monte”, aseguró doña Martha Medel Martínez; “hasta que Fox se hizo presidente fue cuando empezó a arreglar el lugar”.
A mediados de 2001 comenzaron a construir en La Estancia dos casas, de las que jamás informó en las declaraciones patrimoniales que presentó en su sexenio. Tampoco informó de los bienes accesorios a esas casas. La única referencia está en la declaración de 2001, en la que, bajo el rubro “inmuebles”, se incluye a “Estancia de Vaqueros”, nombre de uno de los terrenos que componen el rancho.
Fox dice a Quién que construyó la casa “hace más de tres décadas”, con su sueldo de 15 años de trabajo en la Coca Cola. En ese mismo “hogar”, dice, vivió con Lilián de la Concha. “La propiedad únicamente fue vista antes en un anuncio televisivo que Fox grabó a principios de los noventa, cuando estaba en campaña para la gubernatura de Guanajuato”, apunta el autor de la nota, Alberto Tavira.
Enseguida, Fox afirma: “Aquí he vivido, vivo y viviré porque no tengo nada que esconder. Aquellos que dicen que esta propiedad es producto de dinero robado o del dinero que me dejó la presidencia tendrán que comer chicharrón porque no es así”.
Hay otras posibilidades. Fox miente y deliberadamente confunde las casas y los tiempos. O cree realmente que vivió en La Estancia con Lilián de la Concha. O sí vivió ahí con su exesposa, en una casa que aún no existía y sin que nadie se enterara. O confunde a Marta con Lilián…
En el limbo
La corresponsal Verónica Espinosa indagó, en mayo de 2006 (Proceso 1543), los orígenes de La Estancia. Fox compró los terrenos, algunos en 1999 y otros en 2001, con lo que regresó al patrimonio familiar una propiedad que, a principios del siglo pasado, formaba parte de la hacienda San Cristóbal hasta que en 1937 se pulverizó en tierras ejidales por decreto presidencial. Desde entonces, la zona, en particular Nuevo Jesús del Monte –donde está La Estancia–, quedó marcada por conflictos agrarios de todo tipo.
El problema se debió sobre todo a que las tierras no quedaron bien deslindadas. La propiedad de La Estancia quedó en un limbo jurídico, que de entrada permitió que José Fox –padre del expresidente– y su familia se negaran a acatar la resolución presidencial. Y se coló el que quiso. A mediados de los ochenta se aposentó ahí un familiar muy cercano del narcotraficante Miguel Ángel Caro Quintero; en 1986, un operativo de la Procuraduría General de la República encontró en La Estancia un laboratorio para la fabricación de cocaína. Luego apareció como propietario Elipio Bribiesca, porcicultor michoacano.
Según el testimonio de Daniel Lira, quien cuidó el rancho durante unos 20 años, poco antes de emprender su campaña a la Presidencia, Fox le ofreció a Bribiesca 2 millones de dólares por La Estancia. “Se lo dijo delante de mí. Luego yo no supe si se los dio o no…”
Las cosas cambiaron a partir de que Fox se hizo de las tierras. El cambio llegó hasta el pueblo vecino, Nuevo Jesús del Monte, que cuenta con sólo 643 habitantes. Los servicios públicos mejoraron en forma notable, y el camino principal, antes de terracería, “se ha convertido en una calle empedrada que termina justo frente a la puerta principal de La Estancia, donde los guardias del Estado Mayor Presidencial vigilan día y noche”, reportó la corresponsal.
El milagro mayor ocurrió en La Estancia. De la noche a la mañana, sobre las tierras baldías brotaron tupidos pastizales y se levantaron dos casas, ambas de estilo similar a las cabañas de la que fue residencia oficial de la pareja presidencial. Anabel Hernández y Arelí Quintero descubrieron que esa similitud no era casual: fueron diseñadas por el mismo arquitecto, Humberto Artigas del Olmo.
Tampoco parece casual que, en diciembre de 2000 y enero de 2001, Artigas del Olmo obtuvo un contrato millonario para hacer “las remodelaciones en Los Pinos”. Se le dio el contrato por 61.8 millones de pesos, sin licitación pública de por medio, con el argumento de que era un asunto de “seguridad nacional”.
Un día en la vida de los Fox
El equipo de Quién fue recibido por la señora Fox, quien le había advertido previamente a Tavira que apenas quería aparecer en la nota. “Estoy alejada de los medios”, le dijo, con su franqueza habitual. Fox jugó la misma carta: les dijo a los visitantes que prefería que fuera su esposa quien respondiera “nuestra entrevista. Ella es muchísimo mejor que yo para esto”. No obstante, los dos se mostraron dispuestos, para la sesión de fotos y para las confidencias.
La fotógrafa, Valeria Ascensio, se dio vuelo con el expresidente, con la pareja, con su entorno. Fotografió el tapete que se ubica al cruzar la puerta principal, dedicado a Marta por Antonio Chedraui, arzobispo de la Iglesia Ortodoxa en México. Captó la Biblia que se encuentra en el comedor y que, aparentemente, lee Fox. “Rezo en las mañanas, cuando me levanto, y antes de dormir”, dice.
Tomó a Fox en su despacho, posando junto a un librero con libros empastados, de esos que no se leen. En el mismo sitio, retrató la colección de muñequitos en miniatura que representan a los presidentes mexicanos. No se le escapó la “colección de (doce) sombreros favoritos” del expresidente, colocados sobre un perchero.
Fotografió por supuesto varios espacios de la residencia. “La casa tiene dos niveles. En la planta baja se ubica la sala y el comedor principal, una cava con vinos de las mejores reservas, el gimnasio, el cuarto de visitas, la cocina tipo industrial en la que el chef que atendía en Los Pinos prepara menús internacionales… En una cabaña contigua a la casa se encuentran las habitaciones de los cuatros hijos de Fox”.
“El guanajuatense, de 65 años, sale de la cama alrededor de las ocho de la mañana, toma un baño rápido con agua casi fría y baja a desayunar con su esposa y su hijo Rodrigo, los únicos miembros de la familia que viven con él.”
Luego de la sobremesa, “el empresario” se dedica a uno de los deportes favoritos de los mexicanos: el sablazo. Vía telefónica, recauda fondos “para el Centro Fox”, la biblioteca-centro de estudios que se erige en las antiguas caballerizas de la hacienda San Cristóbal.
Hacia las tres de la tarde, los Fox comen algo ligero, “preparado por el chef que se trajeron de Los Pinos… Cuando le preguntamos al cocinero qué estaba preparando en ese momento que olía tan bien, nos contestó que no nos los podía decir porque como militar tenía prohibido revelar cualquier información”.
Todos mienten
“–¿Cuál fue la peor mentira que se dijo de Fox durante su sexenio” –le pregunta repentinamente Tavira.
“–No la voy a clasificar así –responde–. Quiero tratar de entender a todos los que nos calumniaron, a todos los que mintieron y engañaron y pensar que lo hicieron de buena fe o con información equivocada. Si lo hicieron con dolo y por joder, allá ellos y sus conciencias. Marta y yo no guardamos resentimiento alguno. Eso sí, hubo algunos medios con intereses muy particulares que nos tupieron muy duro. Hasta llenarse. Pero no puedo tener odios contra nadie.
“–¿Qué te faltó decirle al pueblo de México luego de que entregaste la banda presidencial?” –pregunta Tavira.
Fox responde: “Marta y yo tenemos la conciencia tranquila porque no hemos engañado ni robado a nadie y mucho menos al erario. Así le duela a mucha gente, somos personas honestas y decentes (…) Cometemos muchos errores y faltas, pero las normales, las que comete cualquiera, por lo que aprovecho para pedirles disculpas a todos los que ofendí… Bueno, menos al PRI y a Andrés Manuel López Obrador”.
Hacia el final de la entrevista, Tavira le pregunta a Fox si extraña algo de Los Pinos. Señalando el ventanal con vista hacia el lago artificial, el expresidente dice: “¿Cómo ves? ¿Crees que tengo algo que extrañar?”.
“–El poder” –revira el editor.
Fox responde con su originalidad apabullante: “No te creas. No todo lo que brilla es oro”.
La honestidad que tanto pregona, por ejemplo.
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