Niñez al servicio de la lujuria
Rodrigo Vera Mientras que al menos 60 mil niños son víctimas de explotación sexual en todo el país, en pleno centro de la capital de la República cerca de mil jovencitas son obligadas a diario a vender sus cuerpos. De este gran negocio –casi tan redituable como el tráfico de drogas y de migrantes– se benefician padrotes, hoteles, cantinas, comerciantes y policías del Distrito Federal que les brindan protección…
-¡Ven!... ¡Vamos!.. –invitan a los clientes las prostitutas del callejón de Manzanares, situado en plena zona de La Merced. Desfilan en círculo, dando vueltas una y otra vez, durante todo el día. Bajo las diminutas faldas transparentes asoman sus glúteos prietos, dos globos inflados a punto de reventar, divididos por el hilito trasero de la pantaleta.
–¿Y de a cuánto el acostón, mamacita? –inquieren con avidez los cargadores de aliento alcohólico, los albañiles sin rasurar, los andrajosos vendedores ambulantes que vinieron a tirar la cana al aire, pues al cuerpo hay que darle lo que pida.
–Te cuesta 100 pesos, 100 pesos el acostón normal. Ahora que si quieres sexo oral, una buena chupada, como Dios manda, son 50 pesos más. ¡Anímate!
–¡Uy-uy-uy! ¡Uy-uy-uy! Pues ni que estuvieras tan buena. ¿Y te vas a encuerar todita? ¿Me vas a dejar tocarte lo que yo quiera?
–¡Ni madres! Eso te costaría otro cincuentón.
–¡Chaaale!... ¡chaaale!...
–…Y nada más estaríamos juntos 15 minutos, ¿eh! A lo mucho 20 minutos. Nada más.
–¡Uy-uy-uy! Sales muy cara, mamacita. Déjame pensarlo, porque tú ya te ves medio traqueteada, medio pellejuda. Eres una puta vieja, maleada y vieja. Y a mí me gustan las chamaquitas tiernas, de piel suavecita, casi niñas. Déjame ver desfilar a tus otras compañeras. Necesito checar toda la mercancía. Así que circúlale, circúlale.
Alrededor de un centenar de hombres siempre se agolpan alrededor de la treintena de prostitutas que giran. Una pasarela permanente, sólo que sin alfombras en el piso y sin los reflectores de los concursos de belleza. Aquí puros charcos en el suelo, o basura y cacas de perro disputadas por enjambres de moscas.
En ambos lados del callejón hay cantinas con rocolas a todo volumen. El precio de las bebidas está pintado en los muros. Tienen puertas anchas de cortinas metálicas descorridas. La concurrencia con más dinero en los bolsillos se acomoda en sus mugrientas mesas de plástico y desde ahí –frente a una cubeta repleta de hielos y cervezas– contempla el ir y venir de nalgas, tetas, caderas, panzas, muslos.
–¡Quítense, cabrones! ¡No nos dejan ver! –les gritan desde sus sillas, ya ebrios, a los que permanecen parados y tapan el espectáculo.
Desfilan algunas adolescentes de vientre plano y caderas apenas formándose, púberes pintarrajeadas sobre zapatillas de largos tacones. Piel fresca en el fango. Sus historias son las de siempre: La miseria y la violencia allá en el jacal familiar –perdido en la sierra o en el desierto– las empujaron a la miseria y la violencia de las callejas de La Merced.
“Yo vengo del estado de Guerrero. Qué otra cosa iba a hacer si mi papá seguido se emborrachaba y me pegaba. Me traía a cintarazos. Ni frijoles había para comer en la casa”, cuenta Claudia, una chamaquita larguirucha de pelo crespo.
–¿Cómo llegaste hasta acá?
–Me vine yo sola a buscar trabajo. No hallaba dónde quedarme. A veces dormía en la terminal de camiones. Hasta que un señor me ofreció comida y un cuarto en una azotea con muchos tinacos y macetas. Luego me consiguió este trabajo. Nunca más lo volví a ver.
–¿Cuántos años tienes?
–Eso no lo puedo decir.
–¿Conoces a tus patrones?
–Nosotras no podemos platicar de esas cosas. Mejor váyase.
Claudia y sus compañeras viven uncidas al cansino circuito del callejón de Manzanares, desde las 11 de la mañana hasta las nueve de la noche. Recuerdan la imagen de aquellas mulas que giraban para hacer mover el mecanismo de una noria. Sólo que ellas son esclavas del más sofisticado engranaje de la prostitución infantil.
Confundido entre los clientes, las vigila un musculoso padrote con tatuajes en sus bíceps descubiertos. Viste tenis y unos pants holgados. A veces se les acerca enojado y las regaña al oído. Pero también las vigilan los meseros de las cantinas, a las que ellas no pueden entrar, las vendedoras de fritangas que ahí cerca colocaron sus anafres mantecosos, los policías que cuidan el acceso al callejón. Todos se benefician del negocio con sus cuerpos.
Lo mismo pasa en los 34 hoteles que operan en estos rumbos de La Merced –Tampico, Gran Veracruz, Necaxa, Hispano, Roma, Balbuena…–; todos tienen su propio grupo de sexoservidoras que, en la banqueta y sin dejarlas moverse de sus puertas, son obligadas a conseguir clientela entre los transeúntes. Y también un padrote o madrota –auxiliados a veces por policías– se encargan de mantenerlas bajo control a punta de golpizas, según revela un informe que el año pasado realizó el DIF, La prostitución y comercio sexual de menores en la zona de La Merced.
Ahí se dice que actualmente trabajan unas 2 mil sexoservidoras en la zona, de las que “poco menos de la mitad son menores de edad”. Fondas, loncherías, baños públicos, cervecerías y hasta inmuebles disfrazados de “consultorios médicos” son otros centros de prostitución infantil, donde niñas y niños trabajan “alrededor de 12 horas y en ocasiones tienen hasta 10 relaciones sexuales al día”.
A los menores generalmente los inician en la prostitución entre los 10 y los 13 años, con engaños, violencia o inducción a las drogas. La mayoría proviene del Estado de México, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Morelos, Michoacán, Hidalgo, Chiapas o Durango. Vienen huyendo del hogar por la “pobreza” y la “violencia familiar”.
Una joven que fue enganchada siendo menor de edad, relata así su caso en ese informe:
“Fui al Salón México con una amiga. Ahí conocí a un muchacho. Ella dijo que en un momento regresaba… pero no regresó. Me tomé una sola cuba y no me acuerdo de nada… tiempo después supe que mi amiga me había vendido por 250 pesos.”
Apenas el 13 de abril pasado, las autoridades de la delegación Venustiano Carranza clausuraron siete hoteluchos de La Merced por dedicarse al negocio de la prostitución infantil. Ese operativo sorpresa de tan sólo un día dejó entrever una realidad soterrada y cruda: cuartos rentados por familias enteras que vienen de provincia y prostituyen a sus hijos para sobrevivir, o alquilados por los propios pederastas que ahí tienen a la mano a los menores, o bien, utilizados como centros de drogadicción. Se encontraron personas inhalando cocaína, latas flameadas con residuos de crack y sustancias sicotrópicas.
En el tercer piso del hotel Liverpool deambulaba Ángel Cosme, un niño oaxaqueño de 11 años que acababa de salir de una habitación en la que tuvo relaciones sexuales con un pederasta que logró escapar. El niño iba descalzo y con el pelo húmedo.
“El señor me pagó 50 pesos por estar con él. Mi mamá es la que me obliga a acostarme con los señores”, dijo Ángel con mirada temerosa y voz quebradiza.
A otra menor de edad, Julia Cid, se le encontró en el hotel Hispano. Ahí tenía dos años de dedicarse a la prostitución. Alegaba que era una persona adulta y mostraba una credencial de elector apócrifa.
De acuerdo con el reporte judicial, 15 fueron los detenidos en ese operativo. Cinco drogadictos adultos y 10 menores de edad que eran obligados a prostituirse.
Los operativos, “puro show”
Para muchos vecinos, esos operativos son puro show porque sólo se detiene a las víctimas y jamás a quienes encabezan las mafias de la prostitución. “Es parte del exhibicionismo de las autoridades. Son operativos inútiles que no resuelven el problema de la prostitución y la inseguridad. Mañana quedarán en el olvido”, comenta desilusionado Regino Ramírez.
¿Cuáles son estas mafias? ¿En qué puntos operan? ¿Quiénes las encabezan? Sólo se sabe vagamente que llegan a tener ramificaciones internacionales.
Miguel Ángel Peláez, vocero de Casa Alianza, una institución que atiende a menores de la calle sometidos a abuso sexual, dice:
“A diferencia de los cárteles del narcotráfico, que de algún modo son conocidos y se sabe dónde operan y quiénes son sus jefes, las mafias de la prostitución infantil permanecen invisibles; son estructuras ocultas a las que ni siquiera se les ha puesto nombre.”
–¿Cuál es la razón?
–Que este tipo de explotadores generalmente se aíslan. De pronto abren un centro de prostitución aquí y allá, con la complicidad de las autoridades. Pero son negocios temporales que cambian constantemente de lugar. Llegan a socializar únicamente en el ámbito virtual, a través de páginas de internet dedicadas al comercio de la pornografía infantil, páginas que también aparecen y desaparecen.
Casa Alianza detectó portales en internet que contenían hasta 9 mil fotografías de niñas menores de 16 años de todo el mundo, en especial de “Lolitas latinas”, como se bautizó a las menores latinoamericanas ahí expuestas.
Tan alarmante resulta el fenómeno que ahora en el país “hay al menos 60 mil niños” que son víctimas de la explotación sexual con fines comerciales. Después del tráfico de drogas y de migrantes, éste “es el tercer negocio ilícito que más ganancias deja”, revela otro documento, el Informe especial sobre explotación sexual comercial infantil en el Distrito Federal, que acaba de darse a conocer.
Agrega que “65% de las niñas y los niños que se encuentran en situación de calle” son víctimas de explotación sexual. Y de éstos, 15% sobrevive de lo que obtiene por prostituirse y 50% se ha involucrado en la prostitución aunque no de manera permanente.
Elaborado por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), el informe señala que en la Ciudad de México ya se llegó al extremo de que 90% de los niños de la calle han sido víctimas, en algún momento de su vida, de abusos sexuales. Y todo ocurre sin que las autoridades tengan “programas y acciones” para enfrentar el problema. Más bien la “policía” y los “servicios de seguridad” actúan en “colusión con los proxenetas y padrotes para explotar a los niños”.
Las modalidades en que se da esta “moderna forma de esclavitud” son tan variadas que van desde la “pornografía” –el solo comercio con las imágenes de sus cuerpos desnudos– hasta la abierta “prostitución infantil”: ésta incluye el “turismo sexual” –terreno exclusivo para los turistas nacionales o extranjeros– y el “tráfico sexual”, que ya implica el traslado de los infantes hasta otros países, en condiciones infrahumanas.
Niñas de La Merced –pone como ejemplo el estudio– son “llevadas a Estados Unidos para ser explotadas sexualmente en Los Ángeles, Chicago y Nueva York”. Regresan al cabo de algunos años, cuando “su edad no es la que demandan los clientes”. Mientras que menores de Europa del Este son traídas a la Zona Rosa. Es otro intercambio comercial de la globalización.
En la Ciudad de México, la prostitución infantil sigue en aumento, sobre todo en la Alameda Central, las terminales de autobuses, la Zona Rosa, la Villa de Guadalupe, las estaciones del Metro, La Merced, la Central de Abasto… Sin contar la infinidad de bares, prostíbulos, casas de masaje, restaurantes y hoteles localizados en otras zonas. Es una actividad que se está normalizando, al grado de que ya “llega a formar parte del paisaje”.
En el resto del país es lo mismo. Está el caso de Tenancingo, en Tlaxcala, que obtiene importantes recursos económicos de la explotación sexual de sus niñas. Ahí son “redes familiares” las que operan el negocio. A Tenancingo –dice el informe– ya se le conoce como “la mata de los padrotes”.
La abogada Pilar Noriega, quien intervino en la coordinación del informe, hace una aclaración:
“Los menores de edad no se prostituyen, porque eso implicaría que lo hacen por voluntad propia como si fueran adultos. No, nada de eso. ¡Son prostituidos! Se les orilla a ejercer la prostitución con fines comerciales. La ONU ya catalogó esta práctica como una moderna forma de esclavitud.”
–¿Es un tema novedoso, reciente, en el terreno de los derechos humanos?
–Pues sí. Si lo comparamos con otros temas, puede decirse que es novedoso. Fue en los noventa cuando despertó la preocupación de algunos países y de los organismos internacionales. En Estocolmo, Suecia, hubo un congreso mundial en 1996 en el que se analizó el problema. Y cinco años después se realizó otro congreso semejante en la ciudad japonesa de Yokohama.
Ajenas a informes y congresos, las niñas del callejón de Manzanares siguen atadas a su marcha circular. Vueltas y más vueltas. De pronto el cliente se anima y las contrata por 100 pesos. Ellas lo conducen hasta un portón de metal pintado de verde, ubicado ahí mismo, a la vista de todos, en medio de las cantinas.
Se abre el portón. Adentro hay un largo y oscuro pasillo. En su lado izquierdo, casi a ras del piso, se extiende un mingitorio forrado de azulejo, donde unos borrachos se divierten haciendo espumarajos de orina. Del lado derecho, se alinean los diminutos compartimentos divididos por chaparros muros de concreto.
En cada compartimento sólo hay un pequeño colchón forrado de plástico, encaramado sobre una plancha de concreto. “¡Nada más 15 minutos!” “¡Nada más 15 minutos!”. Y después las niñas salen nuevamente al callejón.
–¡Ven!... ¡Vamos!... –invitan una y otra vez a los hombres, desfilando en su círculo interminable...
01 septiembre 2007
Niñez al servicio de la lujuria
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