Presidente de dos partidos: en 1975 del PRI y del PRD en 1992,
Porfirio Muñoz Ledo es ahora el coordinador del Frente Amplio
Progresista que reúne al propio PRD, a Convergencia y al Partido del
Trabajo, que juntos tienen la segunda representación de mayor peso
en la Cámara de Diputados y la tercera en el Senado. Figura
polémica, si las hay, cuyos defectos son prolongación de sus
virtudes, no puede negarse que su talento, experiencia y habilidades
lo condujeron a una posición que puede ser muy relevante en el
futuro y que, por lo pronto, afecta la relación de fuerzas en el
perredismo, del que Muñoz Ledo se apartó con escándalo antes del
crucial año 2000.
En aquel entonces fue brevemente candidato presidencial y después
apoyador de Vicente Fox, a quien aportó seguramente pocos votos pero
una iniciativa de gran peso, una idea fuerza propia de su fecunda
imaginación política, la reforma del Estado. Por temor, por
incomprensión del tema, por presiones de algunos de sus próximos,
Fox desechó el proyecto y a su autor, a quien proveyó un exilio
dorado en Bruselas, como doble embajador, ante el reino de Bélgica y
la Unión Europea. Sin embargo, el cosmopolitismo de Muñoz Ledo, uno
de sus rasgos definitorios, no colmó su ansia de participación
política. Volvió a México, rompió con el gobierno panista y mediante
aproximaciones sucesivas quedó cercano a Andrés Manuel López
Obrador. Cuando en septiembre de 2006 la coalición "Por el bien de
todos" se transformó en el Frente Amplio Progresista, Muñoz Ledo fue
nombrado miembro de la "representación política" del Frente, junto
con Jesús Ortega, Manuel Camacho Solís, Ifigenia Martínez y Jesús
González Schmall. Ortega partió de allí para ser coordinador del
Frente, cargo del que se separó para concentrarse en su campaña por
la presidencia del PRD. Mal de su grado ha sido sustituido por Muñoz
Ledo, al cabo de un lance iniciado meses atrás, en el proceso de
reforma electoral.
Muñoz Ledo participaba en los pasos legislativos a ese propósito.
Como gran inspirador de la reforma del Estado, cuando en abril
pasado se emitió la ley que se propuso consumar tal proyecto en el
año siguiente, el ahora coordinador del FAP fue nombrado asesor
(junto con María Amparo Casar, Diego Valadés y Rolando Cordera) del
órgano que llevaría adelante la reforma, la Comisión Ejecutiva de
Negociación y Construcción de Acuerdos (Cenca). En ese desempeño se
opuso a modificar el régimen de coaliciones que impulsaba el líder
de la bancada perredista en el Senado, Carlos Navarrete, por
considerar que agraviaba a los aliados del PRD. Cuando éstos se
inconformaron con la enmienda, contaron con el apoyo de Muñoz Ledo y
de Andrés Manuel López Obrador, quien mencionando específicamente
ese punto pidió a la bancada de su partido no aprobar la nueva
legislación electoral. No fue eficaz su llamado, pero fortaleció su
posición dentro del FAP.
En una ocurrencia tan poco seria que parecía una burleta, contraria
al proceso de maduración que había experimentado en los años
recientes, Navarrete pretendió paliar el escozor de Convergencia y
el PT, instándolos a formar un solo partido con el PRD.
Y enseguida ahondó su error escogiendo como contendiente a Muñoz
Ledo, un gladiador muy por encima del dirigente senatorial.
Provocador, aquel descalificó a los "trepadores de la política que
han vivido acaparando pequeñas posiciones desde la reforma de 1977",
que pretenden entonar ahora "el canto de las sirenas de la unión de
la izquierda". Navarrete desbarró en su respuesta. Con torpe
criterio clasista se ofendió porque un empleado de los senadores, a
quien se le pagaba un salario alto, discutiera con un miembro de esa
Cámara. Anunció que pediría la rescisión del contrato de Muñoz Ledo.
Si lo hizo, debió recibir más que una negativa la aclaración de que
el ex dirigente perredista era asesor de la CNCA, un órgano
bicamaral y no del Senado.
Un mes después de ese choque de frases y posiciones, Nueva Izquierda
pretendió convertir la sucesión de Ortega en la coordinación del FAP
en un episodio de la contienda interna por el liderazgo perredista
que se resolverá en marzo próximo. Impulsó la candidatura de Manuel
Camacho por la semejanza de sus méritos con los de Muñoz Ledo, a fin
de impedir la designación de éste, colocado ya abiertamente en la
trinchera opuesta. Nuevo error: el designio de los orteguistas se
estrelló contra la mayoría de dos, formada por los partidos a
quienes agraviaron, y que contó con el apoyo de López Obrador, quien
al sostener a Muñoz Ledo (a quien reemplazó en la presidencia del
PRD, y con quien ha mantenido una relación respetuosa) no es que
postergara a Camacho (figura a la que también aprecia en grado
sumo), sino que evitó que Nueva Izquierda actuara como si ya hubiera
ganado los comicios de marzo próximo.
Aun si eso ocurriera, la presencia de Muñoz Ledo al frente del FAP
mitigará el control que el PRD mantiene sobre el Frente y que se
acentuaría con Ortega en la presidencia perredista, lo cual concluye
en beneficio de las posiciones de López Obrador. Está claro que ni
aun en el supuesto del triunfo de Nueva Izquierda en la disputa por
el mando perredista ese partido se romperá, pues una escisión no
conviene a nadie. Pero obligadas las partes a una coexistencia cada
vez más difícil, acudirán a erigir muros de contención que acoten
los márgenes de acción de sus adversarios. Eso es verdad no sólo en
el ámbito interno del PRD, sino también en su extensión hacia fuera.—
México, D.F.
miguelangel@granadoschapa.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario