escribe Sebastián Mela
Desarrollar la inseguridad y el miedo ciudadano se ha vuelto un muy lucrativo negocio. En cualquier ciudad del mundo se puede observar de qué modo se ha ido imponiendo la ”necesidad” del usar costosos sistemas de seguridad por parte del estado y el sector privado. A nivel privado el mayor consumo se sitúa hoy en los sectores medios y altos de la sociedad.
Rejas, porteros eléctricos; cámaras de filmación (algunas de las cuales comparan en fracciones de segundo los datos faciales con los de individuos registrados en los archivos criminales); empresas privadas con guardias armados o nó y con perros. Escoltas y guardaespaldas, muros electrificados, alarmas y reflectores, torretas con guardias armadas en las calles; nuevos productos de protección individual tales como aerosoles de gases lacrimógenos, pistolas paralizantes, alarmas personales… Vehículos de empresas de seguridad que recorren barrios; satélites que registran los movimientos de transportes en determinadas zonas y muchas otras formas de control. Un fenómeno que se ha tenido auge principalmente en las últimas dos décadas.
¿Cómo ha sido posible lograr que tantos se dispusieran a pagar por una promesa? Sólo se explica a partir de haber desarrollado en la gente un gran sentimiento de inseguridad ciudadana: ”Usted vive en una ciudad violenta; determinado barrio de su ciudad es un reducto de delincuentes; asaltos, robos, violaciones, incendios, peleas se dan a diario en su ciudad”, es el mensaje que dirigido a nuestros sentidos se nos mete en el espíritu. ”Lo vamos a cuidar, y lo que es más importante, vamos a cuidar de sus cosas”, prometen las empresas que venden seguridad. Y allí el papel de los medios de comunicación y de la propia policía que en todos los tiempos, como herramienta e institución del poder, criminaliza los sectores populares señalándolos como generadores del caos. Las permanentes noticias de violencia urbana apuntan a que el gran público se sienta inseguro y justifique tanto el creciente armamentismo policial con nuevos, modernos y caros equipos; y por otro buscando aumentar la venta de productos de seguridad privada que supuestamente permite cuidar los bienes materiales que se tiene. Bienes que por otra parte nos nos pertenecen, ya que en gran parte de los casos pertenece a los bancos y financieras que dieron los créditos para adquirirlos. Pero como los usamos, nos hacemos ilusión de que son nuestros y por eso estamos dispuestos a defenderlos. Cuanto más inseguridad, más necesidad de cuidado. El fenómeno recuerda a la tradicional metodología usada exitosamente por la mafia, que vende ”protección” a los comerciantes y empresarios. El moderno y floreciente negocio del lobby de la seguridad ciudadana cuenta con aliados en el mundo de las altas finanzas y la política, y basta un ejemplo sólo que muestra su poder. En 2002 en España, las empresas de seguridad facturaron por un valor de 1.800 millones de euros.
Nuestro papel como ciudadanos es no dejarnos engañar y alertar a otros del engaño. Y menos quedarnos paralizados y en silencio. Porque al decir de Alfonsina Storni: ”Más pudre el miedo que la muerte ...”
Rejas, porteros eléctricos; cámaras de filmación (algunas de las cuales comparan en fracciones de segundo los datos faciales con los de individuos registrados en los archivos criminales); empresas privadas con guardias armados o nó y con perros. Escoltas y guardaespaldas, muros electrificados, alarmas y reflectores, torretas con guardias armadas en las calles; nuevos productos de protección individual tales como aerosoles de gases lacrimógenos, pistolas paralizantes, alarmas personales… Vehículos de empresas de seguridad que recorren barrios; satélites que registran los movimientos de transportes en determinadas zonas y muchas otras formas de control. Un fenómeno que se ha tenido auge principalmente en las últimas dos décadas.
¿Cómo ha sido posible lograr que tantos se dispusieran a pagar por una promesa? Sólo se explica a partir de haber desarrollado en la gente un gran sentimiento de inseguridad ciudadana: ”Usted vive en una ciudad violenta; determinado barrio de su ciudad es un reducto de delincuentes; asaltos, robos, violaciones, incendios, peleas se dan a diario en su ciudad”, es el mensaje que dirigido a nuestros sentidos se nos mete en el espíritu. ”Lo vamos a cuidar, y lo que es más importante, vamos a cuidar de sus cosas”, prometen las empresas que venden seguridad. Y allí el papel de los medios de comunicación y de la propia policía que en todos los tiempos, como herramienta e institución del poder, criminaliza los sectores populares señalándolos como generadores del caos. Las permanentes noticias de violencia urbana apuntan a que el gran público se sienta inseguro y justifique tanto el creciente armamentismo policial con nuevos, modernos y caros equipos; y por otro buscando aumentar la venta de productos de seguridad privada que supuestamente permite cuidar los bienes materiales que se tiene. Bienes que por otra parte nos nos pertenecen, ya que en gran parte de los casos pertenece a los bancos y financieras que dieron los créditos para adquirirlos. Pero como los usamos, nos hacemos ilusión de que son nuestros y por eso estamos dispuestos a defenderlos. Cuanto más inseguridad, más necesidad de cuidado. El fenómeno recuerda a la tradicional metodología usada exitosamente por la mafia, que vende ”protección” a los comerciantes y empresarios. El moderno y floreciente negocio del lobby de la seguridad ciudadana cuenta con aliados en el mundo de las altas finanzas y la política, y basta un ejemplo sólo que muestra su poder. En 2002 en España, las empresas de seguridad facturaron por un valor de 1.800 millones de euros.
Nuestro papel como ciudadanos es no dejarnos engañar y alertar a otros del engaño. Y menos quedarnos paralizados y en silencio. Porque al decir de Alfonsina Storni: ”Más pudre el miedo que la muerte ...”
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