"Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero él no ve esta dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente."
¿Por qué socialismo? Albert Einstein, 1949.
Para quienes profesan el dogma neoliberal, los seres humanos somos esencialmente egoístas. Participamos en el mercado para satisfacer nuestros intereses individuales. Del juego entre estos intereses emerge supuestamente el máximo bien común. El altruismo, la cooperación, la solidaridad, son irrelevantes—insignificantes fantasías de idealistas y soñadores. A la luz de la historia parece obvio que esta aseveración no tiene asidero en la realidad. La ciencia contemporánea corrobora esta opinión: la cooperación es esencial para la supervivencia de la sociedad, de la vida misma.
¿Cómo emerge la cooperación? Las investigaciones que abordan este problema siguen, a grandes rasgos, dos estrategias. En la primera se trata de preservar la noción de la especie humana como homo economicus, la noción de la sociedad como colección de individuos que buscan racionalmente satisfacer sus necesidades personales. Desde este punto de vista la cooperación emerge de la conveniencia de preservar las ventajas que el el grupo social le da a los individuos. (Es interesante notar que esta línea de investigación, que deriva de la economía tradicional, ha demostrado que el libre mercado no conduce en general al máximo bien común.)
En la segunda estrategia se considera la cooperación como una característica que confiere una ventaja evolutiva, que maximiza la capacidad de supervivencia y reproducción de organismos y sociedades. En la conferencia "Evolución Genética y Cultural de la Cooperación," los antropólogos Daniel M. T. Fessler y Kevin J. Haley argumentan que, en contraposición a la tradición racionalista, "las emociones parecen jugar un papel fundamental en las relaciones cooperativas". Fessley y Haley identifican 13 emociones específicas que parecen condicionar la cooperación. En el plano de las relaciones diádicas (entre dos personas) las emociones que modulan la cooperación son: el amor romántico, la gratitud, el enojo, la envidia, la culpabilidad, la rectitud y el desdén.
En el nivel social, que concierne al desarrollo del socialismo, determinan la cooperación los siguientes sentimientos: la vergüenza (de defraudar al colectivo), el orgullo (de contribuir al colectivo), la indignación moral (ante la corrupción, por ejemplo), la aprobación moral (a la probidad), la admiración, la emulación de acciones ejemplares, la alegría (de estar en Venezuela) y, por último, las emociones corporativas (amor por Venezuela, orgullo por nuestros éxitos, dolor por nuestros fracasos).
Los resultados arriba descritos pueden ayudarnos a transitar hacia el socialismo, hacia una formación social que valore más la cooperación que la competencia desleal. Desafortunadamente, no podemos decir que la vergüenza, el orgullo, la indignación moral, la aprobación moral, la admiración y la emulación sean emociones profundamente arraigadas en nuestra sociedad. Si estas emociones son necesarias, nuestra educación, nuestra expresión cultural y la acción de nuestros servidores públicos deberían fomentarlas.
La cooperación debe ser más que un eslogan político.
¿Por qué socialismo? Albert Einstein, 1949.
Para quienes profesan el dogma neoliberal, los seres humanos somos esencialmente egoístas. Participamos en el mercado para satisfacer nuestros intereses individuales. Del juego entre estos intereses emerge supuestamente el máximo bien común. El altruismo, la cooperación, la solidaridad, son irrelevantes—insignificantes fantasías de idealistas y soñadores. A la luz de la historia parece obvio que esta aseveración no tiene asidero en la realidad. La ciencia contemporánea corrobora esta opinión: la cooperación es esencial para la supervivencia de la sociedad, de la vida misma.
¿Cómo emerge la cooperación? Las investigaciones que abordan este problema siguen, a grandes rasgos, dos estrategias. En la primera se trata de preservar la noción de la especie humana como homo economicus, la noción de la sociedad como colección de individuos que buscan racionalmente satisfacer sus necesidades personales. Desde este punto de vista la cooperación emerge de la conveniencia de preservar las ventajas que el el grupo social le da a los individuos. (Es interesante notar que esta línea de investigación, que deriva de la economía tradicional, ha demostrado que el libre mercado no conduce en general al máximo bien común.)
En la segunda estrategia se considera la cooperación como una característica que confiere una ventaja evolutiva, que maximiza la capacidad de supervivencia y reproducción de organismos y sociedades. En la conferencia "Evolución Genética y Cultural de la Cooperación," los antropólogos Daniel M. T. Fessler y Kevin J. Haley argumentan que, en contraposición a la tradición racionalista, "las emociones parecen jugar un papel fundamental en las relaciones cooperativas". Fessley y Haley identifican 13 emociones específicas que parecen condicionar la cooperación. En el plano de las relaciones diádicas (entre dos personas) las emociones que modulan la cooperación son: el amor romántico, la gratitud, el enojo, la envidia, la culpabilidad, la rectitud y el desdén.
En el nivel social, que concierne al desarrollo del socialismo, determinan la cooperación los siguientes sentimientos: la vergüenza (de defraudar al colectivo), el orgullo (de contribuir al colectivo), la indignación moral (ante la corrupción, por ejemplo), la aprobación moral (a la probidad), la admiración, la emulación de acciones ejemplares, la alegría (de estar en Venezuela) y, por último, las emociones corporativas (amor por Venezuela, orgullo por nuestros éxitos, dolor por nuestros fracasos).
Los resultados arriba descritos pueden ayudarnos a transitar hacia el socialismo, hacia una formación social que valore más la cooperación que la competencia desleal. Desafortunadamente, no podemos decir que la vergüenza, el orgullo, la indignación moral, la aprobación moral, la admiración y la emulación sean emociones profundamente arraigadas en nuestra sociedad. Si estas emociones son necesarias, nuestra educación, nuestra expresión cultural y la acción de nuestros servidores públicos deberían fomentarlas.
La cooperación debe ser más que un eslogan político.
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