Ricardo Ravelo La captura de siete zetas en una discoteca de Reynosa, Tamaulipas, en abril pasado, provocó la ira del cártel del Golfo, que de inmediato quiso cobrar venganza y levantó a cuatro de los 26 agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI) que participaron en las capturas. Para ello, el cártel pidió ayuda a 21 policías nuevoleoneses del municipio de Guadalupe...
El pasado 14 de abril, 26 elementos de la Agencia Federal de Investigación (AFI) fueron comisionados para una tarea difícil y peligrosa: detener a siete presuntos miembros de Los Zetas, quienes asistirían tres días después a la inauguración de un centro nocturno en Reynosa, Tamaulipas, conocido como El Cincuenta y Siete.
Los policías federales Omar Víctor Nolasco Espinoza –jefe de los comisionados–, Luis Solís Solís, Óscar Alberto Vértiz Valenzuela y Guimel Raúl Aponte Santillán, miembros del Grupo de Operaciones Especiales (GEO) de la AFI, llegaron a Reynosa la tarde del sábado 14 de abril. Los otros 22 agentes estaban listos, desde el día anterior, alojados en un hotel de Monterrey.
El día del operativo, el 17 de abril, los 26 agentes se concentraron en el Campo Militar de Reynosa en espera de las instrucciones y del apoyo logístico que les otorgaría un equipo especial del Ejército. En ese lugar los militares fueron directos: “No se muevan –les dijeron–, esperen las indicaciones porque el trabajo que se realizará es muy delicado”.
Todos acataron la instrucción, mientras el área de inteligencia militar continuaba recabando datos y afinaba los detalles del golpe contra el cártel del Golfo, que finalmente resultó exitoso.
El plan parecía de rutina: catear varios domicilios, realizar un operativo durante la inauguración de la discoteca El Cincuenta y Siete –una de las novedades del lugar– y detener a siete delincuentes, presuntos miembros de Los Zetas, así como a varios “halcones”, su grupo de apoyo formado en su mayoría por policías ministeriales de Tamaulipas y Nuevo León.
Afinada la logística, elementos de inteligencia militar se reunieron con los 26 agentes de la AFI. Y le detallaron al comandante Nolasco Espinoza su plan: “Todo indica que ahí estarán Los Zetas”, le aseguraron.
Eran las nueve de la noche cuando el comando abandonó las instalaciones del Ejército y se dirigió a la discoteca. Al frente del grupo iban los comandantes Vértiz, Aponte y Nolasco. Atrás, el comando, bien armado y con suficientes pertrechos para enfrentar cualquier contingencia.
De acuerdo con los datos contenidos en el auto de exhorto 253/007 y la causa penal 092/2007, en la discoteca El Cincuenta y Siete estaba programado el show de la cantante Gloria Trevi, que iniciaría a las 10 de la noche y terminaría al amanecer. El lugar estaba abarrotado desde temprano. La gente comenzó a beber alcohol a partir de las ocho de la noche.
Aturdidos por la música y las luces multicolores, los consumidores no se percataron cuando los agentes federales y varios militares entraron al lugar poco antes del espectáculo de la Trevi. Llevaban un permiso judicial y ordenaron a los encargados del lugar que silenciaran la música y encendieran las luces interiores. Así fue como pudieron catear la discoteca y detener a unas 10 personas que llevaron de inmediato a las instalaciones del Campo Militar, donde fueron sometidas a un largo interrogatorio. Poco después confirmaron sus sospechas: los detenidos sí eran miembros de Los Zetas.
La venganza
Al día siguiente del operativo, el miércoles 18, los agentes federales salieron de las instalaciones militares, mientras los detenidos fueron llevados al aeropuerto de Reynosa y trasladados en un avión oficial a la Ciudad de México, donde fueron puestos a disposición de la PGR.
Antes de regresar a sus bases –la mayoría de ellos estaban adscritos a la Ciudad de México–, los agentes federales decidieron ir de compras por la ciudad. El cuarteto formado por Guimel Raúl Aponte Santillán, Óscar Alberto Vértiz Valenzuela, Luis Solís Solís y Víctor Omar Nolasco Espinoza, tomó avenida Hidalgo, rumbo a la tienda Soriana, a bordo de un Neón blanco. Eran las cinco de la tarde del 18 de abril.
Tras la detención de los zetas en la discoteca, el cártel del Golfo comenzó a rastrear a los policías federales implicados en el operativo, según se asienta en la averiguación citada. La organización recurrió a sus redes integradas por policías ministeriales de Reynosa, Tamaulipas, y de Guadalupe, Nuevo León, cuyos integrantes están identificados como “halcones”, es decir, son espías al servicio del cártel del Golfo.
Con base en los informes obtenidos, un sujeto que en la averiguación previa referida es identificado como Zeta Lima pidió a varios de sus socios y a más de 20 policías del municipio de Guadalupe, Nuevo León, que “le echaran una mano” porque “necesitaba madrear a unos chavos que ya lo traían jodido y que les iba a poner en su madre”.
Así fue como se fraguó el secuestro de los cuatro agentes de la AFI. Pasaban de las cinco de la tarde cuando, en las inmediaciones de la tienda Soriana, un grupo armado a bordo de una Ram y una Suburban interceptó a los cuatro agentes federales. Les tocó el claxon y les gritó “¡Párense!, ¡párense!, hijos de la chingada”.
Los policías se detuvieron y comenzó el intercambio verbal. Los integrantes del grupo armado les preguntaron qué andaban haciendo, a quién estaban investigando y quiénes eran sus jefes. Los agentes mintieron: dijeron que andaban cuidando al licenciado Franco y que habían llegado a Reynosa “a entregar unos documentos”. Sus interlocutores no les creyeron. En ese momento llegaron otras tres camionetas, entre ellas una Escalade, con más gente armada. Los cuatro afis fueron subidos a este vehículo.
Durante más de tres horas los anduvieron paseando por Reynosa y por el municipio de China, Nuevo León, hasta que los trasladaron a una casa de seguridad, donde comenzó el interrogatorio y la tortura. Además, los emborracharon con “un tequila que no parecía tequila” y los “obligaron a fumar mariguana”, declararon después los policías detenidos.
Soy “El Hummer”
Encolerizado, uno de los presuntos secuestradores le gritó al agente federal Óscar Alberto Vértiz Valenzuela:
–¿Sabes quién te va a matar, hijo de puta?
–No
–¿Quieres saber cómo se llama el que te va a matar? –le gritaba, al tiempo que le hundía la pistola en el cuello y le golpeaba la cabeza con el cañón.
El agente guardó silencio.
–Soy El Hummer, El Hummer… ¿Oíste?
–Sí, señor…
–¿Oíste bien? –insistía a gritos.
–Sí.
–¿Quién es el que te va a matar?
–El Hummer…
–Repite, puto.
–El Hummer, El Hummer…
En el organigrama del cártel del Golfo, El Hummer es Jaime González Durán, jefe de la organización en el municipio de Reynosa, Tamaulipas; según la averiguación previa SIEDO/UEIDCS/77/0027, este personaje controla esa plaza con el apoyo de agentes ministeriales, quienes a su vez están relacionados con policías municipales de Monterrey y de Guadalupe, Nuevo León.
Después, los agentes fueron llevados a otro punto para que los viera “el jefe”, otro integrante de Los Zetas. Los agentes declararon que el segundo sitio era una casa ubicada en el municipio de Guadalupe. Incluso señalaron que sintieron que había llegado su fin. Sin embargo, el agente Luis Solís Solís ocultó un celular “en los calzones”, según dijo, que nunca detectaron sus captores.
Acomodado en la parte trasera de la camioneta Escalade, pudo sacar el teléfono y llamar a la base militar y a su jefe, a quien en la indagatoria sólo se refiere como “El comandante Puma”. Le dijo que él y sus tres compañeros habían sido “levantados” y le mencionó el sitio donde –según suponía– los tenían sus captores.
Solís Solís relató lo que sucedió en la segunda casa:
Yo seguía hincado y escuché que dijeron que el jefe había mandado unas botellas de vino, entonces de una botella, al parecer tequila, me empezaron a dar de beber. Lo mismo le hicieron a mis compañeros. Luego me dijeron: ¿quieres una fumada?, yo le dije que no y me dio un trancazo en el estómago y me dijo que no era si quería, que era a fuerza, y entonces le tuve que dar una fumada al cigarro que tenía un olor a mariguana.
Luego nos sacaron; a mí me tocó al último. Me dijeron “mudo, para afuera”, entonces sentí que nos subieron a una camioneta como de multipasajeros y se escuchaba que venía más gente adelante. Nolasco y el compañero Aponte se estaban quejando por los golpes. A mí me dieron como cinco toques eléctricos. En el trayecto escuché que hablaban en clave, ordenaban que les avisaran a los municipales (presuntamente a los policías de Guadalupe) que pusieran el retén donde ya les habían dicho, que él (el jefe de Los Zetas de la plaza) llegaba en veinte minutos con los afis, que en dos bolsas negras traían las bolsas de nosotros.
Al llegar al punto, a los agentes federales les quitaron las vendas. Narra Solís:
Vi como a una distancia de seis o siete metros a varios uniformados, encapuchados, de Seguridad Pública, que estaban viéndonos, y entonces las personas que nos traían nos comenzaron a dar de patadas. Y dieron la orden: Ya llévenselos, ya saben lo que tienen que hacer…
Para entonces, un grupo de militares apoyados por agentes federales rastreaban a los afis secuestrados, quienes finalmente fueron encontrados en el retén. Al detectar la presencia de sus compañeros, el grupo de policías de Nuevo León fingió que los habían detenido por sospechosos. Dijeron que los habían llevado a la agencia del Ministerio Público para tomarles su declaración.
Policías corruptos
Los testimonios de los agentes federales sirvieron de base para que la PGR realizara una investigación, la cual concluyó con la aprehensión de 21 policías de Guadalupe, Nuevo León, entre ellos a una mujer: María Cristina Tapia Papalotzin. En su investigación, la PGR detectó que los 21 detenidos trabajaban para el cártel del Golfo.
Al interrogarlos, estos policías municipales admitieron que estaban al servicio de Los Zetas. También explicaron que en los distintos operativos en los que supuestamente iban a ocurrir balaceras, ejecuciones o “levantones” les llamaba la atención que aparecieran dos reporteros de Televisión Azteca con su cámara. Se referían a Gamiel López y Gerardo Paredes, reportero y camarógrafo de esa televisora, desaparecidos el 10 de mayo pasado en Monterrey, Nuevo León.
En su declaración ministerial, Tapia Papalotzin narró cómo se enganchó con Los Zetas.
La de la voz ingresó a la Secretaría de Seguridad Pública de Policía y Tránsito de Guadalupe, Nuevo León, el ocho de marzo de 2001 y fue precisamente con motivo de mis funciones (que) me relacioné con gente del grupo delictivo denominado Los Zetas, ya que en el mes de septiembre u octubre del año dos mil seis, al encontrarme patrullando en compañía de Abraham Ismael Martínez Rodríguez, nos interceptaron unos vehículos al parecer camionetas (y) nos obligaron a descender de nuestra patrulla apuntándonos con las armas que traían, diciéndonos “que ellos eran de un cártel” y que no querían que por ningún motivo obstaculizáramos sus labores, que tenían ubicadas a nuestras familias, que ellos iban a estar por ahí y que no nos metiéramos con ellos, que recuerda que al cártel al que hicieron referencia era al cártel del Golfo.
Los Zetas nos dijeron que por nuestros servicios nos iban a dar dinero, refiriendo que nos iban a entregar tres mil pesos por quincena y que después nos iban a hacer saber cómo nos iban a entregar los pagos, por lo que nosotros les dijimos que sí. Después de un mes el comandante Abraham Martínez, quien era mi jefe, me indicó personalmente que nos viéramos por la construcción del Fovissste Camino Real.
Al llegar al sitio, se encontraban ahí varios compañeros entre los que recuerdo al comandante Abraham, el comandante Loa, siendo que ahí también se encontraba una persona de quien supe se identificaba como el comandante Gallo, el cual era del Grupo Los Zetas y quien en ese momento nos hizo entrega a cada uno de una cantidad de dinero
A mí me entregó tres mil pesos, al resto de mis compañeros no lo sé, todo dependía del cargo que tuviéramos. Dicha remuneración siempre era a cambio de que no nos metiéramos con ellos y que no los molestáramos cuando los viéramos en la calle. Además, en todo momento nos hacían ver que ellos tenían mejores armas que las nuestras y que tenían ubicadas a nuestras familias, por lo que agarré el dinero que me tocaba y me retiré del lugar.
En enero de 2007, el compañero Mario Enrique Esparza, alias El Monstruo, nos dijo que el comandante Gallo ya no iba a estar en la plaza, que en su lugar estaría el comandante Gory… Me dijo que me quería porque yo sabía mucho del manejo de la radio y también me comentó que a José Rogelio López Gutiérrez le entregaban 50 mil pesos mensualmente y que a Candelario “N” le habían dado (Los Zetas) cien mil pesos… Rogelio se desempeñaba como coordinador de la comandancia, responsable de coordinar a los comandantes, a Los Pumas y a los jefes operativos…
30 agosto 2007
En el noreste, complicidad policiaca
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