Carlos Acosta Córdova Después de que la Cámara de Diputados aprobó aumentos mínimos a las gasolinas y el diesel –muy inferiores a los que se habían venido dando en los dos sexenios anteriores–, el presidente Calderón decidió congelarlos, no con fines económicos, sino políticos: detener la campaña que en su contra emprendieron los medios electrónicos tras la reforma electoral, magnificando los efectos del “gasolinazo”. Pero desde un punto de vista estrictamente económico, la postergación de los aumentos –calificada de “irresponsable” por los analistas– no reportará necesariamente los beneficios que se supone acarrearán.
Más con el ánimo de detener una campaña mediática en contra suya y de su gobierno que de resolver un problema de la economía real, el presidente Felipe Calderón decidió el miércoles 26 de septiembre no sólo posponer la entrada en vigor de los aumentos a las gasolinas y el diesel –previstos para el primer día de este mes, según lo acordó el Congreso como parte de la recientemente aprobada reforma fiscal–, sino congelar, en lo que resta del año, los precios de algunos de estos combustibles, además de los del gas licuado y de la electricidad de uso doméstico. Desde hace dos sexenios, los precios de los productos petrolíferos registran un alza promedio de entre dos y cinco centavos cada mes.
En efecto, apenas fue aprobada por el Senado de la República la reforma electoral, que despojará a concesionarios de radio y televisión de buena parte de las jugosas ganancias que obtienen de su relación con los partidos políticos, Felipe Calderón fue ubicado en el centro de furibundos ataques de las principales radiodifusoras y televisoras del país. Todo bajo la lógica de que nada se mueve sin la autorización del jefe del Ejecutivo. Era, pues, el responsable de que se aprobara la reforma electoral, que difícilmente van a digerir y aceptar los concesionarios.
Cualquier pretexto era bueno para pegarle y achacarle culpas: que los nuevos impuestos de la reforma fiscal, que el aumento al bolillo, que la carestía generalizada, que los altos sueldos de la burocracia mayor, que las raterías de Vicente Fox, que las generosas pensiones de los expresidentes…, y mucho más; todo, por culpa de Felipe Calderón, y de manera especial el encarecimiento de las gasolinas que decidieron los legisladores.
De manera insólita, el antes denostado y malquerido por la radio y la televisión Andrés Manuel López Obrador, excandidato presidencial del PRD, volvió a los principales espacios radiales y televisivos. Si apenas hace unas semanas éste se quejaba de ser ignorado por la prensa vendida, ahora ésta cubre ampliamente sus actividades y discursos. Al grado de que en los horarios de mayor audiencia se oye y se ve a un AMLO fustigando al “usurpador”, al “pelele”, al “espurio” Calderón.
Millones de radioescuchas y televidentes han escuchado de Andrés Manuel cosas como éstas: “Al pelele se le hizo muy fácil aumentar la gasolina y ahora tendrá que enfrentar las consecuencias”. “El gobierno usurpador únicamente piensa en cobrar más impuestos… sólo falta que quiera cobrar, como lo hizo el dictador (Antonio) López de Santa Ana, por cada ventana que haya en las casas de las familias mexicanas”. “Vicente Fox es un ladrón al igual que el presidente pelele, que ha estado incurriendo en actos de corrupción al permitir que uno de sus cuñados se encargue de contratar servicios para los gobiernos estatales, con lo que ha recibido utilidades millonarias”.
Y si a la fortalecida presencia de López Obrador en los medios se agrega el malestar que empieza a generalizarse por el aumento en los precios de algunos bienes y servicios de consumo básico –muchos de ellos por efecto de ajustes de precios internacionales, como en el caso del trigo, pero achacados al “aumento” a las gasolinas–, y que los medios han recogido, el efecto contra la imagen presidencial y del gobierno se magnificó.
Y en función de ello respondió el presidente el 26 de septiembre. “Que quede claro: el gobierno no genera el aumento de precios ni está de acuerdo con el mismo”, dijo Calderón en Los Pinos. Y luego de anunciar el congelamiento de los precios de los energéticos en lo que resta del año, evidenció el centro de su preocupación: “Yo exhorto a los sectores productivos, a todos los actores sociales, políticos y económicos, y especialmente a los medios de comunicación, a tomar medidas similares de respaldo a la economía popular y a no utilizar esta coyuntura para exacerbar los problemas a fin de servir a sus propios intereses”.
Los aumentos ya existían
Desde el principio, cuando se discutía la reforma fiscal en la Cámara de Diputados, muchos decidieron politizar el tema del incremento a las gasolinas y usarlo para golpear al presidente, acusándolo de lastimar aún más la economía popular.
Ciertamente, cualquier alza en las gasolinas tiene un impacto inflacionario, que ahora debía ser gradual y sin un efecto contundente en el índice general de precios, toda vez que se acordó encarecer 5.5% las gasolinas Magna y Premium y el diesel, pero a lo largo de 18 meses. Ello implicará –cuando entren en vigor las alzas– que en ese lapso la Magna aumentará dos centavos cada mes, 2.44 centavos la Premium, y 1.66 centavos el diesel, es decir, incrementos menores de los que desde el sexenio de Ernesto Zedillo registran cada mes los combustibles.
En efecto, a partir de entonces los precios de las gasolinas y el diesel aumentan cada mes entre dos y tres centavos en promedio; el del gas licuado, entre tres y cuatro; el de la turbosina, entre cinco y ocho, y el del combustóleo, más irregular, sube y baja, con incrementos de hasta 20 centavos de un mes a otro. Algunos de esos combustibles han subido, inclusive, más de un peso en algunos meses de los últimos cinco años.
Más: En los 12 meses de 2006, la gasolina Magna pasó de 6.49 pesos el litro en enero, a 6.74 en diciembre: un alza de 25 centavos en el año; la Premium subió de 7.66 a 8.29: un incremento de 63 centavos; el diesel, de 5.33 a 5.70: una variación de 37 centavos. Este año ha sido igual. En enero, la Magna costaba 6.76 y en agosto ya llegaba a 6.97: un aumento de 21 centavos en ocho meses; la Premium, en el mismo lapso, pasó de 8.31 a 8.56: subió 25 centavos en esos ocho meses, y el diesel varió de 3.05 a 4.53 pesos el litro, es decir, 1.48 pesos en el mismo lapso. (Toda esta información es pública, y de ella da cuenta Pemex en su página web, en el apartado de “Indicadores Petroleros”.)
Y nadie decía ni dice nada. Ni se desbocó la inflación ni ha habido la oleada especulativa que se anunciaba.
Con los aumentos acordados en el Congreso, al cabo de 18 meses –una vez que entren en vigor–, la Magna se habrá encarecido 36 centavos; la Premium, 43.92, y el diesel, 29.88 centavos. Es decir, el alza que tanta polémica ha desatado será, en todos los casos, menor que las ya experimentadas y por un plazo acotado. En su comparecencia del martes pasado, en el pleno de la Cámara de Diputados, el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, insistió en que el impacto de los aumentos a las gasolinas en el índice general de precios será muy menor, de apenas .1% o .2%, gracias, en parte, a la gradualidad de los mismos.
Pero la preocupación de las autoridades no eran propiamente los impactos directos de esos aumentos, sino los indirectos –los que propician la burbuja inflacionaria–, como lo explicó el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, quien decía –aun antes de que se aprobaran en la Cámara de Diputados los incrementos a los combustibles– que los efectos más preocupantes de éstos eran los “efectos indirectos”, es decir, los que tienen que ver con las expectativas de personas y agentes económicos, en el sentido de que se puede crear la percepción de que todo necesariamente subirá de precio. Y en ese juego se alienta lo que es un verdadero deporte nacional, que es el de aprovechar la confusión, el mar de especulaciones, para elevar precios bajo cualquier pretexto.
Por otra parte, si bien las comparaciones internacionales no siempre son un buen parámetro, vale la pena destacar que el precio promedio internacional de la gasolina similar a nuestra Magna es de 1.351 euros el litro, equivalentes a 19.92 pesos; el de tipo Premium, el promedio es de 1.367 euros, unos 20.16 pesos el litro, y el del diesel de 1.202 euros, o sea 17.73 pesos. En Estados Unidos, por ejemplo, las gasolinas equivalentes a Magna y Premium tienen precios de 0.77 dólares y 0.86 dólares el litro, respectivamente.
En septiembre, las gasolineras vendían el litro de Magna a 7.01 pesos, que son 48 centavos de euro; la Premium, a 8.64, casi 60 centavos de euro. La Magna se mantendrá así hasta enero, según el anuncio presidencial.
Para dimensionar el tamaño de lo que muchos gustan de calificar como “gasolinazo”, es preciso recordar las alzas que se registraban, por ejemplo, en el gobierno de Miguel de la Madrid, quien apenas inició su administración, en diciembre de 1982, elevó de golpe y porrazo, sin avisar, en 100% las gasolinas y en 150% el diesel. Y cada vez que se renovaban los famosos pactos económicos, había incrementos a los combustibles, siempre muy superiores al que ahora ha ocupado semanas de discusión. El mismo Carlos Salinas, al renovar el pacto en noviembre de 1991, subió la gasolina Nova 65% de un jalón, la Magna 25% y el diesel 9.7%.
El verdadero problema es que México importa cerca de 40% de la gasolina que se consume en el país: se compra cara y se vende barata. Hay un claro subsidio, en primer término para quienes tienen autos, que no necesariamente es la gente más necesitada.
Estudios de la propia Cámara de Diputados, encargados ex profeso para ver el impacto de un aumento de las gasolinas en los hogares mexicanos, dan cuenta de lo siguiente: En 2006, el gasto total en gasolina y diesel de todos los hogares mexicanos fue, cada mes, de 7 mil 775 millones; los hogares con los ingresos más bajos gastaron 34 millones de pesos, y los hogares con los ingresos más altos dedicaron 3 mil 262 millones de pesos a la gasolina y el diesel.
Cada hogar del país gastó, en promedio, 293 pesos mensuales en esos productos, pero al hacer el desglose por deciles de ingreso, se tiene que aquellos con los ingresos más bajos erogaron en promedio 13 pesos mensuales en gasolina y diesel, en tanto que cada uno de los hogares más ricos gastó en promedio mil 229 pesos mensuales por esos petrolíferos.
En todos los casos, el estudio sólo compara los extremos: los hogares del primer decil, es decir, el 10% más pobre de los hogares mexicanos –que tienen un ingreso monetario promedio de mil 106.7 pesos mensuales–, contra los del último decil, el 10% más rico, cuyo ingreso monetario mensual es de 33 mil 71.84 pesos en promedio. En medio de ellos están los deciles II al IX, con ingresos mensuales que van de los 2 mil 400 a los 14 mil 600 pesos en promedio.
En términos agregados, los hogares con los ingresos más bajos concentraron 0.44% del gasto total en gasolina y diesel, y los hogares con los ingresos más altos concentraron 42% del gasto total en gasolina y diesel. Y en términos de carga tributaria pasa lo mismo: el pago de los impuestos a las gasolinas recae principalmente en los hogares más ricos. Datos de la Secretaría de Hacienda para 2004, recogidos por el estudio, señalan que los hogares con los ingresos más altos del país soportaron casi 38% de la carga tributaria, contra 0.25% que corrió a cargo de los más pobres.
Primera conclusión: posponer el aumento en las gasolinas y, peor aún, congelar el precio de la Magna y el diesel –aunque se mantenga el aumento mensual a la Premium– beneficia en primer término a quienes tienen los ingresos más altos. Lo mismo pasa con el gas licuado y la luz doméstica, cuyos precios también quedarán congelados en lo que resta del año.
Por otra parte, el estudio reconoce, en efecto, que cualquier incremento a las gasolinas y al diesel impacta de manera casi automática a otras actividades sectoriales de la economía, como el transporte público. En este caso, dice el estudio de la Cámara de Diputados, con información del INEGI, el gasto agregado en transporte público en todo el país, en 2006, fue de 9 mil 108 millones de pesos; de ellos, los hogares con más bajos ingresos gastaron en promedio 323 millones de pesos y los hogares con los ingresos más altos erogaron 806 millones.
El total de hogares del país dedicaron a este aspecto un promedio mensual de 343 pesos, pero los hogares con ingresos más bajos erogaron 122 pesos mensuales, mientras los de ingresos más altos gastaron 304 pesos. Aquí el dato relevante es que mientras que los más pobres destinaron en 2006 el 11% de su ingreso monetario para transporte público, los más ricos sólo ocuparon 0.92% de sus entradas en ese servicio.
De cualquier manera, posponer aumentos y congelar por tres meses los precios de los energéticos no va a alterar esta situación. Tampoco el aumento mismo de 5.5%, diluido en 18 meses. Los mexicanos más pobres no dejarán de destinar más de su gasto al transporte público. Y los más ricos seguirán consumiendo más combustibles, pero su ingreso no se verá afectado.
Entonces, las medidas anunciadas por el presidente –“para proteger la economía de las familias más pobres”– fueron más bien una decisión política con el propósito de matar dos pájaros de un tiro: en efecto, contener momentáneamente la oleada especulativa –el “gasolinazo” no será más pretexto para aumentar otros precios–, pero, sobre todo, acallar a sus críticos y detractores, a los que deja sin argumentos para acusarlo de atentar contra la economía popular.
El problema es, y él mismo lo reconoce, que dichas medidas tendrán un alto costo para las finanzas públicas. El director general de Pemex, Jesús Reyes Heroles González Garza, estimó entre 7 mil y 9 mil millones de pesos lo que dejará de ingresar a las arcas públicas por esas medidas.
En el juego de darle una cucharada de su propio chocolate a sus detractores, que lo acusan de “agredir al bolsillo de los mexicanos”, de “atentar contra la economía de los más pobres”, Calderón cae –según advirtieron economistas de prestigio, luego del anuncio– en una irresponsabilidad en materia de política económica y abusa de los presuntos futuros beneficios de la reforma fiscal recientemente aprobada.
Y enero está muy cerca. Otra será la historia.
01 octubre 2007
El calderonazo
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